Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.222. WAGNERISMOS / ALEX ROSS


PRELUDIO

MUERTE EN VENECIA

Traulich und treu                                                            Fiado y fiel

ist's nur in der Tiefe:                                                     solo se es en lo hondo:

falsch und feig                                                                 ¡falsa y alevosa

ist was dort aben sich freut!                                      es la algazara allí arriba!

Al final de Das Rheingold (El oro del Rin), la primera parte del ciclo operístico Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo) de Richard Wagner, los dioses están entrando en el palacio recién construido del Valhalla y las hijas del Rin están cantando consternadas. Las ninfas del río saben que el Valhalla se ha erigido sobre unos cimientos podridos, pues se ha pagado a sus obreros con el oro extraído de las profundidades del agua.

La tarde del 12 de febrero de 1883, tres décadas después de que Das Rheingold fuera concluido y siete años después de que el Anillo se interpretara completo por vez primera, Wagner tocó al piano el lamento de las hijas del Rin. Cuando fue a acostarse, comentó: «Tengo cariño a estos seres subordinados de las profundidades, a estas criaturas anhelantes».

Wagner tenía sesenta y nueve años y una salud maltrecha. Desde septiembre de 1882 había estado viviendo con su familia en un ala lateral del Palazzo Vendramin Calergi, junto al Gran Canal de Venecia. Aislado en lo que él llamaba su «gruta azul» -una estancia decorada con telas de raso multicolores y encajes blancos-, estaba escribiendo un artículo titulado « Über das Weibliche im Menschlichen» ( «Sobre lo femenino en lo humano»).


INCIPIT 1.221. EL HOMBRE DE LA BATA ROJA / JULIAN BARNES


En junio de 1885, tres franceses llegaron a Londres. Uno era un príncipe, otro era un conde y el tercero era un plebeyo de apellido italiano. Posteriormente el conde declaró que el propósito del viaje era «hacer adquisiciones intelectuales y decorativas».

O bien podríamos empezar en París el verano anterior, durante la luna de miel de Osear y Constance Wilde. Oscar está leyendo una novela francesa recientemente publicada y, a pesar de las circunstancias, concede alegres entrevistas a la prensa.

O bien empezar con una bala y el arma que la disparó. Esto suele funcionar: una sólida costumbre teatral afirma que si aparece un arma en el primer acto, sin duda se disparará al final. Pero ¿qué arma, qué bala? Había tantas en aquel tiempo ...

Incluso podríamos comenzar en la otra orilla del Atlántico, en Kentucky, en 1809, cuando Ephraim McDowell, hijo de inmigrantes escoceses e irlandeses, operó a Jane Crawford para extirparle un quiste en los ovarios que contenía quince litros de líquido. Este episodio de la historia, al menos, tiene un final feliz.


OSCAR WILDE


El hombre de la bata roja, Julian Barnes, p. 222

La justicia francesa siempre fue más sensible a las ideas abstractas que la justicia inglesa, y también al despliegue de ingenio por parte del acusado. En 1894, Félix Fénéon, crítico de arte,· periodista, agente literario y artístico -el único marchante en quien Matisse confió nunca-, fue detenido por la policía en una redada de anarquistas. No fue por mala suerte: Fénéon era un anarquista comprometido, de palabra y de obra. En un registro policial de su despacho la policía encontró un frasquito de mercurio y una caja  de cerillas que contenía once detonadores. La inverosímil explicación que dio, equivalente a decir lo típico de que «ni sabía que estaban», fue que su padre -que había muerto recientemente y por lo tanto no estaba tristemente en condiciones de declarar- los había encontrado en la calle. Cuando el juez le señaló que le habían visto hablando con un anarquista conocido detrás de una farola de gas, Fenéon respondió tranquilamente: «¿Puede decirme, señor presidente, qué lado de una farola de gas es su parte trasera? » Tratándose de Francia, su agudeza y su descaro no le perjudicaron ante el jurado, que le absolvió.

Al año siguiente, Osear Wilde, quizá creyendo que estaba en Francia, libró una batalla de agudeza y descaro con Edward Carson, consejero de la reina, hasta darse cuenta de que no le beneficiaba ante un tribunal y un jurado ingleses. Casualmente fue también el año en que Toulouse-Lautrec retrató a Osear Wilde y a Fénéon con un perfil rechoncho y cadavérico, respectivamente, presenciando codo con codo el baile moro de La Goulue en el Moulin Rouge.

En 1898, cuando Wilde reapareció en París al salir de la cárcel, Fénéon fue uno de los que le recibió efusivamente y lo llevó a cenas y al teatro. Pero Wilde estaba abatido con frecuencia y admitió que le había tentado la idea de suicidarse y había bajado al Sena con este propósito. En el Pont Neuf había encontrado a un hombre de aspecto extraño que miraba al río. Pensando que estaba tan desesperado como él, Wilde le preguntó: “¿También usted es un candidato al suicidio?» «No», respondió el hombre, «¡yo soy peluquero!» Según Fénéon, esta incongruencia convenció a Wilde de que la vida seguía siendo lo bastante cómica para soportarla.


PARSIFAL EN EL LICEU

Wagnerismo, Alex Ross, p. 476


La Primera Guerra Mundial y la juventud de Hitler El wagnerismo alcanzó su cenit a comienzos de 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. De acuerdo con la Convención de Berna, el plazo de los derechos de autor de las obras de Wagner expiraba en la medianoche del 1 de enero. Parsifal, que se había considerado como propiedad exclusiva de Bayreuth, pasó a ser de dominio público y al cabo de pocos meses se había llevado a escena en alrededor de una cincuentena de ciudades repartidas por toda Europa. Tan solo el día de Año Nuevo, la ópera se representó en Berlín, Roma, Budapest, Praga y Madrid. Cosima Wagner llevaba años temiendo la llegada de ese momento. En 1901 intentó conseguir una ampliación de la vigencia de los derechos de autor por parte del Reichstag; el proyecto de ley fue ridiculizado como «Lex Cosima» y no fue aprobado tras una votación perdida por 123 noes frente a 107 síes.

El primero en la línea de salida fue el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, cuyo Parsifal se programó para que diera comienzo a las once de la noche el día de Nochevieja: medianoche en el huso horario de Bayreuth. Los catalanes se sentían poseedores de la obra, porque la tradición local sostenía que el Santo Grial estuvo un tiempo en Montserrat, el emplazamiento de un antiguo monasterio benedictino en las montañas situadas al noroeste de Barcelona. Las versiones medievales del relato de Parsifal situaban el Grial en un castillo llamado Montsalvage; Wagner convirtió esto en Monsalvat, emplazándolo en las «montañas septentrionales de la España gótica». Al poeta Manuel Muntadas y Rovira le gustaba  especialmente esta asociación: escribió una  serie de Balades Wagnerianes, una de las cuales se titula «Monserrat-Monsalvat », y también dio una conferencia con el nombre de «Los  probables  orígenes catalanes de las leyendas del Santo Grial». Los decorados para el Parsifal del Liceu se modelaron a partir de la arquitectura rocosa en que se encarama Montserrat. La representación, dirigida por Franz Beidler, yerno del compositor, empezó en realidad a las diez y veinticinco de la noche, a fin de que las campanas del Templo del Grial pudieran repicar cuando fuera la medianoche. Terminó a las cinco de la mañana.


LAS ALAS DE LA PALOMA


Wagnerismo, Alex Ross, p. 360.

Wagner, muerte y Venecia se entrecruzan en la novela The Wings of the Dove (Las alas de la paloma), que James publicó en 1902. La preside la imagen de una paloma extendiendo sus alas, como la que vuela en lo alto en Lohengrin y Parsifal. La heredera estadounidense Milly Theale, que padece una enfermedad fatal, viaja a Italia con una compañera con el fin de lograr una mejoría de su salud. La felicidad de su viaje se compara con la orquestación de Wagner: «La espléndida y constante luz del mar había absorbido el resto del cuadro, de modo que durante muchos días otras cuestiones y otras posibilidades sonaron con un efecto tan limitado como podría sonar un trío de flautas de latón en una obertura de Wagner». En Venecia, Milly se instala en un palacio modelado a partir del Palazzo Barbaro, que Vernon Lee utilizó como uno de los marcos en que se desarrolla «A Wicked Voice». Pero la mágica ciudad cambia de forma y se convierte en una «Venecia que es toda ella pura maldad[ ... ] una Venecia de una lluvia fría y terrible». Milly ha caído en una trampa tendida por la empobrecida Kate Croy, cuyo padre ha visto mancillado su nombre por un escándalo no especificado de una naturaleza «detestable y repugnante». Kate planea que su novio, Merton  Densher, se case con la achacosa Milly a fin de hacerse con su dinero. Aunque Milly acaba enterándose de la intriga, sigue dejando dinero a Merton cuando muere.

A continuación llega una escena de renuncia y redención: Merton, enamorado de la pureza de Milly, renuncia al legado. Es así como las alas de Milly «se despliegan para dar protección», salvándolo de una vida puesta en entredicho. James se vale de otra metáfora wagneriana en el prefacio de la novela: llama a Milly una hija del Rin, con lo que, está dando a entender que su riqueza se asemeja al oro fatal de Wagner. Merton, al rechazar el dinero, lo ha devuelto en la práctica al Rin.


Barbey d'Aurevilly


El hombre de la bata roja, Julian Barnes, p. 75

El gusto. Que a menudo se halla cerca del prejuicio persuasivo. No hace falta mucho para que nos desagrade un escritor; y nos ahorra tiempo. Por lo que respecta a la Francia del siglo XIX, siempre he tenido ojeriza a Barbey d'Aurevilly. El motivo es muy sencillo: fue ruin con Flaubert. Juré, por tanto, hace mucho tiempo, negarle el  placer póstumo de saber que yo lo había leído. Y los detalles ocasionales que fui espigando -monárquico, católico militante, fingía pertenecer a una clase más alta que la suya- refrendaron mi antipatía. A juzgar por descripciones de otros lectores de sus libros, parece que escribía relatos misóginos, de un romanticismo trasnochado, y literatura fantástica a la manera de Poe. Y otra cosa más: nació trece años antes que Flaubert pero le sobrevivió nueve. Qué existencialmente injusto.

Me acuerdo de sus maldades. En 1869 Flaubert escribió a George Sand quejándose de una crítica de La educación sentimental: «Barbey d' Aurevilly afirma que si me lavo en un riachuelo lo emponzoño.» (Lo que Barbey escribió realmente es más interesante pero igual de ofensivo: «Flaubert no posee gracia ni melancolía: su fuerza es como la del cuadro Las bañistas de Courbet; mujeres que ensucian el arroyo en que se bañan”). Esta comparación habría acentuado la mueca de agravio en la cara de Flaubert: nunca tuvo un gran aprecio por la pintura de Courbet.

Cuatro años y medio más tarde, en su reseña sobre La tentación de San Antonio, Barbey destacó la diferencia entre «el ardiente y piadoso temperamento de un grandísimo santo [ ... ] y el hombre más frío de esta época, el de talento más materialista y el más indiferente al aspecto moral de la vida». Flaubert, por descontado, no respondió pública· mente, pero cuando, meses después, Barbey publicó su obra más conocida, Las diabólicas, le dice a su vieja amiga George Sand que el libro le parece «desternillante. Quizá se deba a mi perversidad natural, que me inclina a degustar cosas perniciosas, pero este texto me pareció extremadamente divertido. Es imposible ir más lejos en el ámbito de lo inadvertidamente grotesco». Cierto, esto me exime de volver a leerlo entero.


SAMUEL JEAN POZZI

El príncipe era Edmond de Polignac.

El conde era Robert de Montesquiou-Fézensac.


El hombre de la bata roja, Julian Barnes, p.14

El plebeyo de apellido italiano era el doctor Samuel Jean Pozzi.

La primera adquisición intelectual fue el festival Handel en el Palacio de Cristal, donde asistieron al oratorio Israel en Egipto para celebrar el bicentenario del nacimiento del compositor. Polignac observó que «La función tuvo un éxito colosal. Los cuatro mil intérpretes festejaron regiamente al grand Haendel [sic]».

Los tres visitantes también llevaban una carta de presentación de John Singer Sargent, el pintor de El docto Samuel Jean Pozzi en casa. El destinatario de la carta era Henry James, que había visto el cuadro en la Royal Academy en 1882, y a quien Sargent pintaría con absoluta maestría años más tarde, en 1913, cuando James tenía setenta años.La carta empezaba así:

Querido James:

Recuerdo que una vez dijo que un francés de paso no era una amenidad desagradable para usted en Londres, y he tenido la osadía de entregar una tarjeta de presentación a dos amigos míos. Uno es el doctor S. Pozzi, el hombre de la bata roja (no siempre), un personaje muy brillante, y el otro es el singular y extrahumano Montesquiou.

Curiosamente, es la única carta de Sargent a James que sobrevive. El pintor parece desconocer que Polignac también forma parte del grupo, una añadidura que sin duda habría complacido e interesado a James. O quizá no. Proust solía decir que el príncipe era como «una mazmorra en desuso convertida en una biblioteca».

Pozzi tenía por entonces treinta y ocho años, Montesquiou treinta, James cuarenta y dos y Polignac cincuenta y uno.

James alquilaba un chalé en Hampstead Heath desde hacía dos meses y estaba a punto de volver a Boumemouth, pero aplazó su partida. Dedicó dos días, el 2 y el 3 de julio de 1885, a recibir a los tres franceses que, como escribió posteriormente el novelista, «estaban ansiosos de ver el esteticismo londinense».

Lean Edel, el biógrafo de James, describe a Pozzi como «un médico de sociedad, coleccionista de libros y un conversador en general cultivado». De la conversación no queda constancia, la biblioteca se dispersó hace mucho y solo subsiste el médico de sociedad. Con esa bata roja ( no siempre).


INCIPIT 1.220. TONGOLELE NO SABIA BAILAR / SERGIO RAMIREZ


Wikipedia

DOLORES MORALES

El inspector Dolores Morales (Managua, Nicaragua, 18 de agosto de 1959) es un antiguo guerrillero de la lucha contra el dictador Anastasio Somoza Debayle, depuesto por la revolución triunfante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en julio de 1979. Fue miembro de línea de la Policía Sandinista desde su fundación (más tarde Policía Nacional) y tras recibir la baja se convirtió en un investigador privado.

Biografía

Nacido en el barrio Campo Bruce, al oriente de la ciudad de Managua, su padre, también de nombre Dolores Morales, de oficio ebanista, y su madre, Concepción ( Conchita) Rayo, se separaron, debido al mal vivir del primero, y la madre emigró en busca de fortuna a Costa Rica, donde se perdió todo rastro de ella. Por tanto, el niño, hijo único, fue criado por su abuela materna, Catalina Rayo, quien tenía un puesto de abarrotes en el Mercado San Miguel, en el  corazón de la vieja capital destruida por el terremoto del 22 de diciembre de 1972.

Siendo aún adolescente entró en las filas del FSLN bajo el seudónimo Artemio, y tras ser parte de los comandos urbanos en la capital, en 1978 pasó a incorporarse a una de las columnas guerrilleras del Frente Sur que pugnaban por avanzar hacia el interior del país desde la frontera


INCIPIT 1219. HEROES / STEPHEN FRY


Zeus sentado en su trono. Gobierna el cielo y el mundo. Su hermana-esposa HERA lo gobierna con él. Los deberes y los dominios de la esfera mortal se reparten entre los miembros de su familia, los otros diez dioses olímpicos. En los primeros tiempos de los dioses y los hombres, las divinidades se paseaban por la tierra con los mortales, hacían buenas migas, los cautivaban, se acostaban con ellos, los castigaban, los atormentaban, los transformaban en flores, en árboles, en pájaros, en insectos e interactuaban, se cruzaban, se entrelazaban, se mezclaban, se interpenetraban e interferían de todas las maneras imaginables con ellos. Pero, poco a poco, con el paso del tiempo, a medida que una época sucedía a otra y la humanidad crecía y prosperaba, la intensidad de estas interrelaciones ha ido disminuyendo.

En la época en la que entramos ahora, los dioses siguen a nuestro alrededor, aprobando, desaprobando, dirigiendo y per­ turbando, pero el regalo de PROMETEO, el fuego, ha otorgado  a la humanidad la capacidad de controlar sus asuntos y construir sus características ciudades-estado, reinos y dinastías. El fuego es real y caliente, y le ha proporcionado a la humanidad el poder de fundir, forjar, fabricar y crear, pero también se trata de un fuego interior


TESEO


Héroes, Stephen Fry, p. 451

Una espléndida estatua de un Teseo desnudo se alza orgullosa hoy en la plaza central del Parlamento de Atenas, el núcleo de la ciudad, la plaza Sintagma. Hoy en día, convergen en Teseo la identidad y el orgullo atenienses. El barco que lo trajo de vuelta de sus aventuras en el laberinto de Creta sigue atracado en el muelle del Pireo, atracción turística que se remonta a los días de la Atenas antigua histórica, el tiempo de Sócrates y Aristóteles. La presencia ininterrumpida durante tanto tiempo del barco de Teseo se ha convertido en objeto de una curiosa especulación filosófica. Durante cientos de años se le han ido reemplazando la jarcia, los tablones, elcasco, la cubierta, la quilla, la proa, la popa y todos los travesaños, de tal manera que no queda ni un solo átomo del original. ¿Podemos decir que es el mismo barco? ¿Soy la misma persona que era hace cincuenta años? Todas y cada una de las moléculas y células de mi cuerpo han sido reemplazadas varias veces.

Es muy pertinente que Teseo quede vinculado de esta manera a la Atenas de la lógica, la filosofía y la indagación franca, dado que fue un héroe que encarnó como ningún otro las cualidades que más apreciaban los atenienses. Igual que Heracles, Perseo y Belerofonte antes que él, ayudó a librar al mundo de peligrosos monstruos, pero para hacerlo empleó la astucia, la inteligencia y enfoques novedosos. Era falible y tenía defectos, como todos los héroes, pero simbolizó algo tremendo en todos nosotros. Que se alce en la plaza Sintagma por muchos años y que por muchos años permanezca bien presente en nuestros valores.


LA MUERTE DE ORFEO


Héroes, Stephen Fry, p.195

La vida posterior de Orfeo fue triste. Tras un segundo y largo periodo de duelo, volvió a coger la lira y continuó componiendo, tocando y cantando el resto de su vida, pero nunca encontró una mujer que superase a su Eurídice. De hecho, varias fuentes relatan que se alejó de las mujeres por completo y prodigó el afecto que le quedaba a los jóvenes muchachos de Tracia.

Las mujeres tracias, las ciconas, las seguidoras de Dioniso, estaban tan furiosas por su desinterés que le tiraban palos y piedras a Orfeo. Sin embargo, los palos y las piedras estaban tan encantados por su música que se quedaban flotando en el aire y se negaban a lastimarlo.

Finalmente, las mujeres ciconas no pudieron soportar por más tiempo la degradaci6n y la ofensa de ser ignoradas y en medio de un ataque de histeria báquica despedazaron a Orfeo tirando de sus extremidades y retorciéndole la cabeza hasta arrancársela de los hombros. Las doradas armonías de Apolo siempre fueron una afrenta para las oscuras danzas y ditirambos dionisíacos.

La cabeza de Orfeo, que no dejaba de cantar, la lanzaron al río Ebro, donde se fue flotando hasta el Egeo. Finalmente acabó en la playa de Lesbos; la recogieron los habitantes de la isla y la pusieron en una cueva. Durante muchos años, la gente acudía a la cueva de todas partes para plantearle preguntas a la cabeza de Orfeo, y esta cantaba siempre unas profecías tremendamente mel6dicas en respuesta.

En un momento dado, Apolo, el padre de Orfeo, celoso tal vez de que el santuario amenazase la supremacía de su oráculo en Delfos, lo silenci6. Calíope, su madre, encontró su lira dorada y se la llev6 a los cielos, y allí la colocaron entre las estrellas como la constelaci6n de la Lira, que incluye Vega, la quinta estrella más brillante del firmamento. Sus tías, las otras ocho musas, reunieron los pedazos de su cuerpo y los enterraron en Libetra, bajo el monte Olimpo, donde los ruiseñores siguen cantando sobre su tumba.

En paz al fin, el espíritu de Orfeo descendi6 una vez más al inframundo donde se reunió definitivamente con su amada Eurídice. Gracias a Offenbach, cada día siguen bailando un jubiloso cancán juntos en el reino de los muertos.


EL ALADO


Héroes, Stephen Fry, p. 155
El héroe Belerofonte era o bien hijo de GLAUCO, rey de Corinto, o bien de Poseidón, dios del mar. Lo que es seguro es que la madre fue EURÍNOME, por la que sentía predilección Atenea, que la instruyó en sabiduría, buen juicio y todas las artes que la diosa dominaba. 
La historia de Belerofonte sugiere que por más atlético, valiente, cabal y atractivo que fuese, quizá estaba un poco más mimado de la cuenta por su complaciente madre y por Glauco, que -independientemente de que Poseidón fuese o no su auténtico padre- crió al muchacho como a un hijo propio y verdadero príncipe de Corinto.
Belerofonte creció consciente del cotilleo generalizado que explicaba cómo Poseidón se había colado en la cama de su madre y lo había engendrado a él, pero no le daba mucha importancia. Nunca le había atraído el mar y, por experiencia propia, parecía tremendamente falto de poderes divinos. Por otro lado, tenía un hermano, DELÍADES, ambos tan distintos en carácter y aspecto físico como era posible, cosa que ciertamente podía insinuar una paternidad diferente. Y por el otro otro lado, a Belerofonte siempre se le habían dado bien los caballos. Los caballos eran un poco el patio del recreo del dios del mar. A Belerofonte le enseñaron en el colegio que en los primeros tiempos de los dioses Poseidón creó al primer caballo como regalo para su hermana Deméter. El dios había formado toda clase de animales que había ido desechando hasta que dio con la creación perfecta. Los animales descartados -los fallos- habían sido el hipopótamo, la jirafa, el camello, el burro y la cebra, según se iba acercando a las proporciones, la belleza y el equilibrio del caballo. Pero aquello era un cuento de hadas para niños, intuía Belerofonte a medida que llegaba a la adolescencia. Lo mismo que todas las historias de dioses, semidioses, ninfas, faunos y bestias mágicas con las que le habían llenado la cabeza desde que echó a andar y a hablar. Lo único que sabía era que Corinto era una ciudad grande y ajetreada y un reino lleno de hombres muy reales y muy mortales; y si bien había una gran cantidad de sacerdotes y sacerdotisas por allí, él nunca había visto ni rastro de cosa inmortal o divina. Ningún dios se le había manifestado, a ninguno de sus amigos lo habían convertido en flor ni había sido fulminado por un rayo.

KAFKA SE RÍE DELANTE DEL PRESIDENTE


¿Este es Kafka? Reiner Stach

También soy capaz de reír, Felice, no lo dudes, incluso se me conoce corno gran reidor, aunque a este respecto en otros tiempos era mucho más loco que ahora. Hasta me ha llegado a ocurrir que en el curso de una solemne conversación con nuestro presidente- hace ya dos años que sucedió, pero la cosa se ha hecho legendaria y me sobrevivirá en el instituto-me eché a reír, ¡y de qué manera! Sería excesivamente prolijo trazarte la semblanza de lo importante que es este hombre, pero puedes creerme si te digo que lo es en muy alto grado, y que un empleado corriente del instituto se lo imagina no sobre la tierra sino entre las nubes. Dado que por lo general no tenemos muchas ocasiones de hablar con el káiser, este hombre-lo mismo ocurre en todas las grandes empresas-infunde a dicho empleado la sensación de estar  entrevistándose con el emperador. Por supuesto que también hay en este hombre rasgos suficientemente ridículos, como es el caso de todo aquel que se ve colocado en un punto sobre el que convergen con total claridad las miradas de los demás, y cuya posición no corresponde por entero a sus propios méritos, pero para que una evidencia semejante, para que esa especie de fenómeno natural le lleve a uno a reírse en presencia del gran hombre, es preciso estar dejado de la mano de Dios.


SAINETE EN EL TRIBUNAL


¿Este es Kafka?, Reiner Stach, p. 157

Se contaba, por ejemplo, la siguiente anécdota, que tenía muchas apariencias de verdad. Un viejo funcionario, señor bondadoso y tranquilo, tenía un asunto difícil, que se había complicado sobre todo por las peticiones de los abogados, y lo había estudiado sin interrupción un día y una noche enteros; esos funcionarios son realmente diligentes como nadie. Al llegar la mañana, después de veinticuatro horas de un trabajo probablemente no muy fructuoso, fue a la puerta de entrada, se escondió allí y empezó a lanzar escaleras abajo a todos los abogados que pretendían entrar. Los abogados se congregaron abajo en el descansillo y deliberaron sobre lo que debían hacer; por una parte, no tenían verdadero derecho a ser admitidos, por lo que difícilmente podían emprender jurídicamente acción alguna contra el funcionario, y debían guardarse también, como ya se ha dicho, de indisponerse con el cuerpo de funcionarios. Por otra, sin embargo, todo día no pasado en el tribunal era para ellos un día perdido, de ahí su interés por entrar. Finalmente, se pusieron de acuerdo en fatigar al viejo funcionario. Una y otravez enviaban a un abogado, que subía corriendo la escalera y entonces, ofreciendo la mayor resistencia posible, aunque pasiva, se  dejaba arrojar escaleras abajo, en donde era recogido por sus compañeros. Eso duró alrededor de una hora, momento en que el viejo funcionario, que estaba ya agotado por su trabajo nocturno, se cansó realmente y regresó a su oficina. Los de abajo no querían creérselo al principio y enviaron primero a uno para que mirase tras la puerta y se asegurase de que no había realmente nadie. Sólo entonces entraron, sin atreverse probablemente a refunfuñar siquiera.


INCIPIT 1.218 MAGGIE, UNA CHICA DE LA CALLE / STEPHEN CRANE


Un muchacho de corta edad, encarama do sobre un montón de arena en defensa de Rum Alley,  se  dedicaba  a  apedrear a un grupo de rugientes chiquillos procedentes de Devil's Row, que giraban enloquecidamente a su alrededor insultándole a gritos.

Su infantil semblante estaba lívido de rabia y su menudo cuerpo se convulsionaba mientras profería tremendas maldiciones.

« ¡Corre, Jimmie, corre! ¡Que te cogen! », vociferaba en su retirada un niño de Rum Alley.

«No», respondió Jimmie con un valeroso rugido, «yo no corro por culpa de esos mocosos».


INCIPIT 1.218 DANTE / ALESANDRO BARBERO


EL DÍA DE SAN BERNABÉ

El sábado II de junio de 128 9, día de San Bernabé, el ejérci­to florentino que marchaba por el valle del Casentino para invadir Arezzo llegó al punto donde se divisaba el castillo de Poppi, que se alzaba sobre un peñasco en un meandro del río Amo. Nueve días antes el ejército había salido de Florencia, al compás de las campanas; había acampado a las afueras de la ciudad para esperar la llegada de los aliados que enviaba el resto de ciudades güelfas. Luego había retomado la marcha y por fin estaba allí, a medio camino entre Florencia y Arezzo, tras haber recorrido cincuenta kilómetros de estrechos senderos de montaña, al paso lento de los carros de víveres arrastrados  por bueyes. Frente a Poppi, el valle se alarga y forma una llanura, en aquel entonces llamada Campaldino; era el primer lugar adecuado que los invasores encontraban en aquel paisaje montañoso para que se desplegara y maniobrara la caballería. Y allí, puntualmente, formado al lado de un convento de franciscanos llamado Certomondo, bloqueando la vaguada, los esperaba el enemigo'

El ejército florentino no tenía un comandante, sino una dirección conjunta, porque los comuni temían la excesiva concentración de poder. En la cúpula se encontraban los doce «capitanes de la guerra», elegidos entre los caballeros más expertos en aquel género de asuntos, dos por cada uno de los sesti, es decir, de los seis barrios en los que estaba dividida Florencia. Sin embargo, las decisiones se toma­ ban tras largas deliberaciones en las que participaban también los jefes de los contingentes enviados por las ciudades aliadas


LA NECROLÓGICA DE MILENA


¿Este es Kafka? Reiner Stach, p. 289

Anteayer murió en el sanatorio de Kierling en Klosterneuburg, a las afueras de Viena, el doctor Franz Kafka, escritor alemán que vivía en Praga. Pocos aquí lo conocían, porque era un ermitaño, un sabio que temía la vida. Durante años padeció una enfermedad de los pulmones, y aunque recibió tratamiento, también la alentó a conciencia y la nutrió espiritualnente. «Cuando el alma y el corazón no pueden soportar la carga, entonces el pulmón se ocupa de la mitad para que al menos el peso quede repartido en parte», escribió en cierta ocasión en una carta, y así ocurrió con su enfermedad. Ésta le dio una sensibilidad que rayaba lo maravilloso y una claridad mental casi aterradoramente rigurosa; y, por otro lado, este hombre depositó sobre su enfermedad todo el peso de su angustia espiritual. Era tímido, angustiado, sereno y bueno, pero escribió libros terribles y dolorosos. Veía el mundo poblado de demonios invisibles que aniquilaban a las personas indefensas. Era demasiado clarividente, demasiado sabio para  vivir, y demasiado débil para luchar, pero su debilidad era la de las almas nobles y bellas que evitan luchar contra el miedo, los malentendidos, el desamor y la mentira intelectual porque saben de antemano que son impotentes y se someten a la derrota para avergonzar a los vencedores. Conocía a la gente como sólo pueden hacerlo las personas de una inmensa sensibilidad, los solitarios capaces de reconocer a la humanidad entera en un solo destello de la mirada. Conocía el mundo de una manera extraordinariamente profunda, y él mismo era un mundo extraordinariamente profundo. Escribió libros que se encuentran entre los más significativos de la joven literatura alemana. En ellos está contenida la lucha delas generaciones actuales, aunque no tengan nada de dogmático: son tan verdaderos, descarnados Y dolorosos que resultan absolutamente realistas incluso cuando se expresan a través del simbolismo.


TROSKI


Hacia la estación de Finlandia, p. 487
Hay una interesante fotografia de Trotski en su celda. Bajo de estatura, con amplias espaldas y espesa cabellera negra, nariz caída y bigote; los ojos azules y penetrantes, en verdad parecidos  a los de un águila, mirando a través de sus pince-nez con cordón, o tal vez mirando hacia su propio y fiero espíritu; cruzadas las piernas, con las manos entrelazadas sobre la rodilla, está sentado en su prisión, no confundido ni indignado y ni siquiera desafiante: más bien parece el jefe del Estado de un gran país que posa un instante para el fotógrafo en un momento de crisis.
Fue desterrado de nuevo al círculo ártico, esta vez de por vida; pero nuevamente consiguió escapar, incluso antes de llegar a su destino. Pretextó en una de las paradas que se encontraba mal; no se había tomado ninguna precaución para custodiarle, pues se pensaba que cualquiera que intentara escapar necesariamente sería apresado al remontar el río por el que habían venido, ya que otro camino parecía imposible. Entre el río Obi y los Urales no existía ni un solo poblado ruso: solo nieve y algunas cabañas de nativos, que no hablaban ruso; además, era el mes de febrero, la estación de las ventiscas de nieve. Pero Trotski logró convencer a un campesino para que le condujera en un trineo de renos a través de regiones deshabitadas; y, siguiendo una senda de renos, intransitable para los caballos, recorrieron cuatrocientas treinta millas en una semana. Después atravesó los Urales a caballo, haciéndose pasar por un funcionario; luego tomó un tren, envió un telegrama a Sedova para que se reuniera con él; finalmente, el matrimonio llegó sano y salvo a Finlandia, donde ya se hallaban instalados Lenin y Mártov.

SAINT-SIMON


Hacia la Estación de Finlandia, E.Wilson, 123

Saint-Simon divide a la humanidad en tres clases: los savants, los propietarios y los no propietarios. Los savants están llamados a aj ercer el «poder espiritual» y a constituir el cuerpo supremo, que llevará el nombre de Consejo de Newton (ya que una visión había revelado a Saint-Simon que era Newton, y no el Papa, a quien Dios había elegido para sentarle a su diestra y para transmitir a la humanidad sus designios). Este Consejo, según uno de los  programas de Saint-Simon, estaría constituido por tres matemáticos, tres físicos, tres químicos, tres fisiólogos, tres littérateurs, tres pintores y tres músicos. Se ocuparía de idear nuevos inventos y obras de arte para el progreso general de la humanidad y, en especial, de descubrir una nueva ley de gravitación aplicable al comportamiento de los cuerpos sociales que mantuviera en equilibrio a los individuos. (A este respecto, el filósofo comunista del siglo XVIII Morellet había afirmado en un libro titulado Le Code de la Nature que la ley del amor a uno mismo habría de desempeñar en la esfera moral la misma función que la ley de gravitación en el mundo físico.) Los sueldos del Consejo de Newton serían abonados por suscripción pública, porque evidentemente constituía una ventaja para todos que los destinos humanos estuviesen gobernados por personas de genio; la suscripción habría de ser internacional, porque la prevención de guerras internacionales redundaría, por supuesto, en beneficio de todos los pueblos.

Sin embargo, el gobierno efectivo deberían ejercerlo aquellos miembros de la sociedad que disfrutaran de ingresos suficientes para poder llevar una vida independiente y trabajar para el Estado sin necesidad de remuneración. Las clases no propietarias aceptarían esto, ya que redundaría en su propio beneficio. Cuando estas clases trataron de tomar las riendas, en la época de la Revolución, dieron lugar a la más terrible confusión, condenándose al hambre. Las clases propietarias deben gobernar porque poseen «más luces». Pero el objetivo de todas las instituciones sociales es mejorar intelectual, moral y físicamente la suerte de la «clase más pobre y numerosa».

Cuatro serán las divisiones principales de gobierno: francesa, inglesa, alemana e italiana; y los habitantes del resto del globo, a quienes Saint-Simon considera decididamente inferiores, serán asignados a una u otra jurisdicción y tendrán que cotizar para el mantenimiento de su Consejo.

Saint-Simon, con su salón literario, su vida disipada y sus viajes, terminó por arruinarse. Al fin se encontraba en condiciones de investigar la pobreza de forma directa.


INCIPIT 1.217. LA LLAMA INMORTAL DE STEPHEN CRANE / PAUL AUSTER


STEVIE

Nacido el Día de los Difuntos y muerto cinco meses antes de su vigésimo noveno cumpleaños, Stephen Crane vivió cinco meses y cinco días en el siglo XX, deshecho por la tuberculosis antes de haber tenido ocasión de conducir un automóvil o contemplar un aeroplano, ver una película proyectada en pantalla grande o escuchar la radio, un personaje del mundo del caballo y la calesa que se perdió el futuro que aguardaba a sus pares, no solo la creación de aquellas máquinas e inventos milagrosos, sino los horro­ res de la época también, incluida la aniquilación de decenas de millones de vidas en las dos guerras mundiales. Fueron sus con­ temporáneos Henri Matisse (veintidós meses más que él), Vladímiir Lenin (diecisiete meses mayor), Marce! Proust (cuatro meses más), y escritores norteamericanos tales como W. E. B. Du Bois, Theodore Dreiser, Willa Cather, Gertrude Stein, Sherwood An­ derson y Robert Frost, todos los cuales vivieron hasta bien entra­ do el nuevo siglo. Pero la obra de Crane, que rehuyó las tradiciones de casi todo lo que se había producido antes de él, fue tan radical para su tiempo que ahora se le puede considerar corno el primer modernista norteamericano, el principal responsable de cambiar el modo en que vernos el mundo a través de la lente de la palabra escrita.


EL ÚNICO ENEMIG


¿Este es Kafka?, Reiner Stach, p. 44

Una característica llamativa de la vida social de Kafka era que caía bien a todo el mundo: tanto a hombres como a mujeres, a alemanes y checos, a judíos y cristianos. Kafka no sólo era apreciado entre colegas y superiores que lo conocían desde hacía mucho tiempo, sino también entre los desconocidos con los que coincidía a la mesa de hoteles y sanatorios, y entre los muchos conocidos de sus amigos. Kafka era amigable, solícito y encantador en el trato cotidiano con las personas, escuchaba con interés y, a la vez, era absolutamente discreto. Además, sus ingeniosos comentarios autoparódicos evitaban que nadie lo tuviera por un competidor en el campo intelectual o en el erótico. Se mantenía alejado de las polémicas periodísticas, y ni siquiera en los diarios y cartas de contemporáneos que lo trataron y han llegado hasta nosotros se encuentra una sola palabra mala sobre él.

Con una notable excepción. «Cuanto más tiempo estoy alejado de él, Kafka se me hace tanto más antipático, con su viscosa maldad». Así se expresó el médico y escritor Ernst Weiss en una carta a su amante, la actriz Rabel Sanzara. Weiss era uno de los pocos-amigos de Kafka que no  procedía del círculo de Max Brod y que en cierto sentido competía con él. En opinión de Weiss, la única solución razonable para resolver los problemas en la vida de Kafka habría sido desentenderse de las múltiples obligaciones y ataduras que tenía en Praga y empezar una nueva existencia literaria en Berlín.


INCIPIT 1.216. EL BUFALO DE LA NOCHE / GUILLERMO ARRIAGA


Decidí visitar a Gregario un sábado por la tarde, tres semanas después de su última salida del hospital. No fue fácil resolverme a buscarlo. Lo cavilé durante meses. Le temía al reencuentro como quien teme una emboscada. Esa tarde di varias vueltas por la calle sin atreverme a tocar su puerta. Cuando por fin lo hice me hallaba nervioso, inquieto y -por  qué no decirlo­ algo acobardado.

Me abrió su madre. Me saludó afectuosa y sin mayor trámite me hizo pasar a la sala, como si aguardara mi retorno desde hacía tiempo. Llamó a su hijo. Grego rio apareció por la escalera. Lentamente descendió los peldaños. Se detuvo y se recargó en el barandal. Escrutó mi rostro unos segundos sonrió y caminó hacia mí para darme un abrazo. Su vehemencia me cohibió y no hallé el modo de corresponder a su afecto. Ignoraba si de verdad me había perdonado o, más bien, nos habíamos perdonado.

Su madre dijo algunas frases insustanciales y se retiró para dejarnos a solas. Como solíamos hacerlo, subimos al cuarto de Gregario. Entramos y él emparejó la puerta desprovista de cerradura. Se recostó sobre la cama. Lo noté relajado, tranquilo. Nada en su semblante me hizo suponer que fingía. Por fin parecía recobrar la paz.


INCIPIT 1215. ¿ESTE ES KAFKA? / REINER STACH


A algunos les da miedo. Otros, que no lo han leído pero han oído hablar de él, simplemente temen que les dé mie­ do. Y a algunos más los pone tristes aunque no sepan decir por qué. Otros muchos sienten el soplo de la depresión y por eso dejan a un lado con cautela sus libritos. Hay mu­ chas reservas, y el rumor de que en el fondo estaba loco encuentra todavía hoy suficiente alimento, incluso en sus tex­ tos más perfectos. Ciertamente no es tarea de la literatura apresurarse a proporcionar soluciones tranquilizadoras a los problemas que suscita, ni aportar la prueba de que todo tiene su parte positiva. De hecho, sabemos que no es ver­ dad, y no nos gustan los autores que nos toman por ingenuos. Pero cuando la literatura aborda el fracaso real del que ninguno de nosotros puede librarse, reflejándolo una y otra vez, con evidente voluptuosidad, en fracasos imaginarios y, además, lo imbrica en un discurso-implacable y que no conduce a ninguna parte-sobre el fracaso en general, entonces nos preguntamos si el autor no habrá dado rienda suelta a una obsesión absolutamente privada, y también por qué tenemos que escucharlo y observarlo con tanta atención como la que sin duda reclama.

A muchos los impacienta  o inquieta,  pues encripta sustextos y parece alegrarse de conducir al lector por cami­ nos tortuosos, a través de los aparentes laberintos forma­ dos por dédalos de pensamientos de los que no hay escapatoria. Un tal Gregor Samsa, que se transforma en insecto, y un Josef K., a quien detienen sin ningún motivo, son sus invenciones  más  célebres.  Lo que les sucede a estos


BAKUNIN


Hacia la estación de Finlandia, p. 330
Solo tiene una idea: la revolución; ha roto con todas las leyes y códigos morales del mundo civilizado. Si vive en ese mundo y pretende formar parte de él, solo lo hace con el propósito de destruirlo más fácilmente; debe odiar por igual todo lo que lo constituya. Debe ser frío: tiene que estar dispuesto a morir, tiene que aprender a soportar la tortura y tiene que ser capaz de ahogar todos sus sentimientos, incluso el del honor, en cuanto se interfieran con su objetivo. Únicamente puede llegar a sentir amistad hacia aquellos que sirven a su causa; los revolucionarios de inferior categoría serán para él un capital del que disponer. Si un camarada se encuentra en una dificultad, su suerte se decidirá calculando tanto su utilidad como el gasto de fuerza revolucionaria necesaria para salvarle. En cuanto a la sociedad establecida, el revolucionario debe clasificar los miembros de esta en función no de su infamia personal, sino del daño que puedan hacer a la causa revolucionaria. Los más peligrosos deben ser inmediatamente eliminados; existen, sin embargo, otras personas que,si se les deja en libertad durante un tiempo, beneficiarán los intereses de la revolución perpetrando actos brutales que indignarán al pueblo; o que pueden ser utilizadas en bien de la causa por medio del chantaje y de la intimidación. Los liberales deben ser explotados haciéndolos creer que uno acepta su programa, a fin de comprometerlos a renglón seguido e implicarlos en el programa  revolucionario. Se debe impulsar a otros radicales a que hagan cosas que: destruirán completamente a la mayoría de ellos, pero que convertirán, en verdaderos revolucionarios a los restantes. La única finalidad del revolucionario es la libertad y felicidad de los trabajadores manual, pero, persuadido de que este objetivo solo se realizará mediante una revolución del pueblo totalmente destructora, favorecerá con todas sus fuerzas el progreso de los males que agoten la paciencia del pueblo. Los rusos deben repudiar categóricamente el modelo clásico revolución de moda en los países occidentales, que hace concesiones a la propiedad y al orden social tradicional de la pretendida civilización y moral y que solo busca sustituir un Estado por otro; así pues revolucionario ruso debe abolir el Estado con todas sus tradiciones, instituciones y clases. En consecuencia, el grupo que fomenta la revolución no tratará de imponer al pueblo ninguna organización política desde arriba: la organización de la sociedad futura surgirá sin pueblo mismo. Nuestra tarea es simplemente la destrucción, terrible, completa, universal y despiadada; y para alcanzar este objetivo debemos unirnos no solo con los elementos  recalcitrantes de las masas, sino también con el audaz mundo de los bandidos, los Únicos  revolucionarios auténticos de Rusia.» Es preciso añadir que, en aquella época, Bakunin solía expresar su· admiración por los jesuitas y hablaba-todo un presagio--de seguir su ejemplo

ASTERION


Héroes, Stephen Fry, p. 400

-Asterión, escúchame. Sé cómo salir de este laberinto. ¿Por qué no vienes conmigo? Nos iremos en barco a Atenas. Yo me ocuparé de que tengas un campo para ti solo.

Una especie de aullido, y las enormes papadas del animal se agitaron.

-¿No? ¿Entonces qué?

El minotauro se irguió y chilló.

-Calma. Déjame a ver si entiendo -dijo Teseo, sin in­ mutarse demasiado-. Cualquier cosa es mejor que una pelea, digo yo. Con eso solo hay un resultado. Saldrás muerto. No me gustaría. Ahora que te he conocido veo que me caes bien. Ahí el minotauro se desgañitó para hacer un nuevo so­ nido. Hizo acopio de todo el aliento que pudo y lo concentró en un gemido que a Teseo le sonó como «¡Máhame! ¡Máhame!».

Entonces lo entendió.

-¿Mátame? ¿Me estás pidiendo que te mate?

El minotauro dejó caer la cabezota en un gesto de asentimiento.

-¿Qué te mate? No me pidas eso. El minotauro se irguió.

-¡Máhame! ¡Máhame!

Teseo también se puso en pie.

-Entonces que sea un duelo, por lo menos. Mátame...

¡Mátame! -Y, diciendo esto, le dio un golpe a una pila de ex­ crementos. Unos restos densos salpicaron al minotauro en la cara-. ¡Vamos, entonces!

La criatura soltó un rugido colérico ante la salpicadura de sus propias heces en los ojos. Pateó el suelo con las pezuñas, sacudió la testa y embistió a Teseo.

Teseo dio un paso a la izquierda y luego otro a la derecha invitando al minotauro a acercarse. Este sacudió la cabe­ za a uno y otro lado, confuso.

 

-¡Ep! ¡Ep! Ven aquí -le gritaba Teseo retrocediendo hacia una pared.

El minotauro se decidió, bajó los cuernos y embistió. Teseo brincó a un lado en el último instante y el animal se estampó de cabeza contra la pared de piedra. El cuerno izquierdo se le partió con un terrible crujido y se le quedó colgando. Teseo dio una voltereta hacia delante, retorció el asta y la arrancó, y antes de que a la alucinada criatura le diese tiempo a saber lo que pasaba, le clavó bien hondo el cuerno puntiagudo en los pliegues de la garganta y de un tirón vio­ lento le cortó la tráquea.

El chorro de sangre cubrió a Teseo de la cabeza a los pies. La criatura pateó en una danza espasmódica mientras le manaba más y más sangre del cuello como una fuente. Las pezuñas le resbalaron en las losas húmedas y cayó temblando en el suelo.

Teseo se arrodilló a su lado y le habló en voz baja al oído.

-Te mando a tu descanso eterno con rapidez y respeto, Asterión. El mundo sabrá que tuviste un final valeroso y noble.


DANTE Y BEATRIZ


Dante, Alessandro Barbero, p. 80

Sin duda el amor se adueñó de él, y «me mandaba a menudo que procurase ver a aquella criatura angelical; yo, pueril, iba a buscarla». Pero estaba enamorado de Beatrice, no de cualquiera, y el objeto de aquel amor era tan noble que disipaba toda irracionalidad incluso en la mente del muchachito desesperado. Nunca, asegura Dante, el amor se apropió de él al punto de ahogar «el fiel consejo de la razón», porque la mujer de quien estaba enamorado era sublime.

Es, según Silvia Vegetti Finzi, amor platónico. Y Dante admite haberlo cultivado durante años sin haber intercambiado con Beatrice ni siquiera una palabra. La separación entre géneros, como se ha dicho, era rigurosa, y a juzgar por ciertos comentarios del poeta se diría que en la Florencia de Dante lo era más que en otros lugares. Todo parece indicar que las mujeres estaban casi siempre con mujeres, y en consecuencia los hombres con otros hombres; se cruzaban por la calle, se saludaban, pero las ocasiones en que jóvenes de ambos sexos podían estar juntos eran limitadas y preciosas. Después de aquel primer encuentro, el niño intentó a menudo ver a la niña, pero no llegó ni siquiera a saludarla ni a presentarse. Es probable que no volviera a verla durante años, porque en las ciudades toscanas, en cuanto una niña se acercaba a la pubertad, los padres evitaban que saliera encerrándola en casa. Más tarde, exactamente en 1283, nueve años después, se cruzaron en la calle. Aunque eran casi coetáneos, su posición en la sociedad era distinta: con dieciocho años Dante aún era un adolescente lleno de deseos insatisfechos, mientras que Beatrice, con diecisiete recién cumplidos, era una mujer casada. Podía salir de casa, pero difícilmente sola considerado el rango de su marido, el caballero Simone de' Bardi. Aquel día iba acompañada de otras mujeres mayores y, por primera vez, se percató de Dante. Él, como cualquier torpe adolescente, estaba nervioso («atemorizado») e intentaba ocultarse, pero la mirada de Beatrice se cruzó con la suya y ella lo saludó ( «me vi transportado a los últimos linderos de felicidad »). ¡ Era la primera vez que oía su voz!


KAFKA NO PUEDE MENTIR


¿Este es Kafka?; Reiner Stach, p. 32

Durante toda su vida a Kafka le resultó sumamente difícil decir conscientemente una mentira. Al comparar sus diarios con las cartas que escribía en las mismas fechas queda claro que podía no mencionar ciertas cosas o-según fuera el corresponsal-presentarlas bajo otra luz, pero apenas es posible encontrar ningún ejemplo de mentiras explícitas, ni siquiera de mentiras piadosas.

Kafka se permitió una notable excepción a la regla la mañana del2 3 de septiembre de 1912. Absorto en la escritura de su relato «La condena» la noche anterior no había pe­ gado ojo, y tanto el agotamiento como la exaltación narcisista después de aquel logro-que él reconoció enseguida como un hito creativo-le impidieron salir hacia la oficina  a la hora habitual, en torno a las ocho menos cuarto de la mañana. En lugar de eso le mandó una nota a su superior Eugen Pfohl, explicándole que a causa de una fiebre y              un «pequeño desmayo» no podría acudir a la oficina hasta el mediodía, pero que a esa hora estaría allí «seguro»(  véase el facsímil, escrito en el dorso de una tarjeta de visita). No obstante, Kafka se quedó en casa todo el día y a la mañana siguiente tuvo que soportar las preguntas de sus colegas preocupados y hacer un poco de teatro.

Kafka sólo podía apaciguar sus escrúpulos con respecto

a las mentiras cuando éstas no eran claramente en su pro­ pio interés. Así, en otoño de 1917 ocultó a sus padres el brote de la infección de tuberculosis, y para mantener en pie el engaño se vio obligado a proporcionar otra explicación para el descanso de tres meses que le concedieron  sus superiores. Kafka aseguró que le habían concedido esa pausa a causa de su «nerviosismo». Que sus padres lo creyeran durante meses hasta que se enteraron de la verdad pare­ ce bastante sorprendente, porque durante la guerra, en la que el funcionario Kafka no fue llamado a filas, se le negaron hasta las vacaciones establecidas de dos semanas. Una baja médica a causa de «nerviosismo» era completamente impensable.


LA PEONZA


¿Este es Kafka? Reiner Stach, p.24

 

Un filósofo solía frecuentar los lugares donde jugaban niños. Y cuando veía a un muchacho que tenía una peonza, enseguida se ponía al acecho. Apenas empezaba a girar la peonza, el filósofo la perseguía decidido a atraparla. El que los niños metieran bulla y trataran de mantenerlo alejado del juguete no le importaba, pues si lo apresaba mientras aún daba vueltas, se sentía feliz, aunque sólo por un instante, luego la tiraba al suelo y se marchaba. Creía él que el conocimiento de cualquier minucia, esto es, incluso de una peonza que giraba sobre sí misma, por decir algo,  bastaba para conocer lo general. Por eso no se ocupaba de los grandes problemas, le parecía poco  económico;  si  se conocía  realmente la minucia más nimia, entonces se conocía todo, de ahí que se interesara única y exclusivamente por la peonza que daba vueltas sobre sí misma. Y cada vez que se realizaban preparativos para hacerla girar, él confiaba en conseguir su propósito, y cuando la peonza ya giraba, la esperanza se tornaba certeza, al tiempo que corría jadeando en su busca, pero luego,  al tener el estúpido trozo de madera en la mano, sentía un malestar, y el griterío de los niños, que no había oído hasta entonces y ahora, de pronto, se le clavaba en los oídos, lo ahuyentaba y se alejaba tambaleándose como una peonza impulsada por una torpe correa.

El texto data probablemente de noviembre o principios de diciembre de 1920. El título se lo puso Max Brod, quien publicó esta pieza en prosa del legado de Kafka sin título en el manuscrito.


INCIPIT 1.214. EL ARTE DE LA NOVELA / KUNDERA


En 1935, tres años antes de su muerte, Edmund Husserl pronunció, en Viena y Praga, las célebres conferencias sobre la crisis de la humanidad europea. El adjetivo “europea» señalaba para él una identidad espiritual que se extiende más allá de la Europa geográfica (hasta América, por ejemplo) y que nació con la antigua filosofía griega. Según él, esta filosofía, por primera vez en la Historia, comprendió el mundo (el mundo en su conjunto) como un interrogante que debía ser resuelto. Y se enfrentó a ese interrogante no para satisfacer tal o cual necesidad práctica, sino porque la “pasión por el conocimiento se había adueñado del hombre”.

La crisis de la que hablaba le parecía tan profunda que se preguntaba si Europa se encontraba aún en condiciones de sobrevivir a ella. Creía ver las raíces de la crisis en el comienzo de la Edad Moderna, en Galileo y en Descartes, en el carácter unilateral de las ciencias europeas, que habían reducido el mundo a un simple objeto de exploración técnica y matemática y   Habían excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida, die Lebenswelt, como decía él.


1.213. DIAS DE LUZ Y ESPLENDOR / JAY MCINERNEY


Hubo un tiempo, no hace tanto, en que los jóvenes acudían a la ciudad porque amaban los libros, porque querían escribir novelas o relatos cortos -o incluso poemas, nada menos-, o porque querían participar en la producción y distribución de dichos artefactos y estar en contacto con la gente que los creaba. Para aquellos que frecuentaban bibliotecas de las afueras y librerías provincianas, Manhattan era la reluciente isla de las letras. New York, New York. Estaba ahí mismo, en la página de créditos: era el lugar del que emanaban libros y revistas, hogar de todos los editores, sede del New Yorkery de la Paris Review, donde Herningway le dio un puñetazo a O'Hara y Ginsberg sedujo a Kerouac, donde Hellrnan demandó a McCarthy y Mailer la emprendió a golpes con todo el mundo, y donde (o eso imaginaban ellos) los asistentes editoriales concienzudos y los aspirantes a novelistas fumaban pitillos en los cafés mientras recitaban a Dylan Thornas, quien había exhalado su último aliento en el hospital St. Vincent después de tornarse diecisiete whiskies en la White Horse Tavern, que aún servía copas a los turistas y a los jóvenes literatos que acudían en manada a brindar en recuerdo del bardo galés. Esos soñadores eran el Pueblo del Libro; adoraban los textos sagrados de Nueva York: La casa de la alegría, El gran Gatsby, Desayuno en Tiffany's et al., pero también toda la marginalia


SAINT-SIMON


Hacia la Estación de Finlandia, E. Wilson, p. 120

Primero, alquiló una vivienda frente a la Escuela Politécnica y estudió fisica y matemáticas; luego, tomó otra casa cerca de la Escuela de Medicina y estudió medicina. Durante algún tiempo llevó una vida de disipación por razones -decía- de curiosidad moral. Se casó para tener un salón literario. Luego, se divorció y se presentó ante madame de Stael para decirle que, dado que ella era la mujer más extraordinaria y él el hombre más extraordinario de la época, era evidente que debían colaborar para tener un hijo aún más extraordinario. Pero madame de Stael se lo tomó a risa. Saint-Simon viajó por Alemania e Inglaterra en busca de inspiración intelectual, pero regresó desilusionado de ambos países.

Al leer la vida de Saint-Simon se tiende, al principio, a pensar que el conde estaba un poco loco, hasta que uno cae en la cuenta de que los demás idealistas sociales de la época eran también unos excéntricos que compartían ese mismo tipo de extravagancia. Los primeros años del siglo XIX fueron una época extremadamente confusa en la que todavía era posible tener ideas simples. La filosofía racionalista del siglo XVIII, en la que se había basado la Revolución francesa, constituía aún el fundamento del pensamiento de la mayoría de la gente (la educación de Saint-Simon fue dirigida por D' Alembert); pero aquella filosofía racionalista de la que se esperaba solución para todos los problemas no había conseguido rescatar a la sociedad ni del despotismo ni de la pobreza. Ahora la autoridad de la Iglesia y la coherencia del antiguo sistema social habían desaparecido; y ya no existía ningún cuerpo de pensamiento -tal como la obra de los enciclopedistas (uno de los proyectos de Saint-Simon fue una enciclopedia para el siglo XIX)- que fuera aceptado como más o menos la autoridad que respetar. Era evidente que los inventos mecánicos, de los cuales se había esperado que mejoraran enormemente la suerte de la humanidad, estaban empobreciendo a mucha gente, pero los avances del comercio y de la manufactura no habían alcanzado todavía el punto abrumador en que incluso la filantropía y la filosofía llegarían a ser consideradas como pasadas de moda y simples caprichos de personas ineficaces. De modo que los franceses, privados de los sistemas del pasado y sin prever todavía la sociedad del futuro, eran libres de proponer cualquier sistema, de colocar sus esperanzas en cualquier futuro que pudiesen imaginar.


La Sociedad de los Iguales

Hacia la Estación de Finlandia, E. Wilson, p. 111

La Sociedad de los Iguales fue también disuelta; el propio Bonaparte la cerró. Pero, empujados a la clandestinidad, sus miembros proyectaron ahora una insurrección; su propósito era instalar un nuevo Directorio. Redactaron un proyecto de Constitución que garantizaría «una gran comunidad nacional de bienes», y elaboraron con cierta precisión los mecanismos de una sociedad planificada. Disminuiría el número de habitantes de las ciudades y la población sería dispersada en pueblos y aldeas. El Estado «tomaría a su cargo al recién nacido, vigilaría los primeros momentos de su existencia, le garantizaría la leche y el cuidado materno, y lo llevaría a la maison nationale, donde adquiriría las virtudes y los conocimientos de un verdadero ciudadano». Así, la educación sería igual para todos. Todas las personas físicamente capaces tendrían que trabajar, y las labores duras y desagradables serían ejecutadas por turno por todos los ciudadanos. Las necesidades de la vida serían cubiertas por el Gobierno, y la gente comería en mesas comunales. El Estado controlaría el comercio exterior y ejercería la censura sobre toda la producción impresa.

Mientras tanto, el valor del papel moneda se había depreciado casi por completo. El Directorio trató de salvar la situación mediante la conversión del numerario en títulos de bienes raíces, que se cotizaron al 82 por ciento de su valor nominal el mismo día de su emisión; la creencia general del público era que el Gobierno estaba en completa bancarrota. Solo en París había medio millón de personas en la indigencia. Babeuf y sus partidarios llenaron la ciudad de pasquines con un manifiesto de trascendencia histórica. Declaraban que la Naturaleza había dotado a todos los hombres de igual derecho para disfrutar de todos los bienes, y que el fin de la sociedad era defender ese derecho; que la Naturaleza había impuesto a todos la obligación de trabajar, y que nadie podía rehuir este deber sin cometer un delito; que en «una sociedad verdadera» no habría ni ricos ni pobres y que el objeto de la Revolución había sido destruir la desigualdad y establecer el bienestar de todos; que la Revolución, por tanto, aún «no estaba acabada;,, y que aquellos que habían abolido la Constitución de 1793 eran culpables de un crimen de lese-majesté contra el pueblo.


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