Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

La Sociedad de los Iguales

Hacia la Estación de Finlandia, E. Wilson, p. 111

La Sociedad de los Iguales fue también disuelta; el propio Bonaparte la cerró. Pero, empujados a la clandestinidad, sus miembros proyectaron ahora una insurrección; su propósito era instalar un nuevo Directorio. Redactaron un proyecto de Constitución que garantizaría «una gran comunidad nacional de bienes», y elaboraron con cierta precisión los mecanismos de una sociedad planificada. Disminuiría el número de habitantes de las ciudades y la población sería dispersada en pueblos y aldeas. El Estado «tomaría a su cargo al recién nacido, vigilaría los primeros momentos de su existencia, le garantizaría la leche y el cuidado materno, y lo llevaría a la maison nationale, donde adquiriría las virtudes y los conocimientos de un verdadero ciudadano». Así, la educación sería igual para todos. Todas las personas físicamente capaces tendrían que trabajar, y las labores duras y desagradables serían ejecutadas por turno por todos los ciudadanos. Las necesidades de la vida serían cubiertas por el Gobierno, y la gente comería en mesas comunales. El Estado controlaría el comercio exterior y ejercería la censura sobre toda la producción impresa.

Mientras tanto, el valor del papel moneda se había depreciado casi por completo. El Directorio trató de salvar la situación mediante la conversión del numerario en títulos de bienes raíces, que se cotizaron al 82 por ciento de su valor nominal el mismo día de su emisión; la creencia general del público era que el Gobierno estaba en completa bancarrota. Solo en París había medio millón de personas en la indigencia. Babeuf y sus partidarios llenaron la ciudad de pasquines con un manifiesto de trascendencia histórica. Declaraban que la Naturaleza había dotado a todos los hombres de igual derecho para disfrutar de todos los bienes, y que el fin de la sociedad era defender ese derecho; que la Naturaleza había impuesto a todos la obligación de trabajar, y que nadie podía rehuir este deber sin cometer un delito; que en «una sociedad verdadera» no habría ni ricos ni pobres y que el objeto de la Revolución había sido destruir la desigualdad y establecer el bienestar de todos; que la Revolución, por tanto, aún «no estaba acabada;,, y que aquellos que habían abolido la Constitución de 1793 eran culpables de un crimen de lese-majesté contra el pueblo.


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