Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE DE ORFEO


Héroes, Stephen Fry, p.195

La vida posterior de Orfeo fue triste. Tras un segundo y largo periodo de duelo, volvió a coger la lira y continuó componiendo, tocando y cantando el resto de su vida, pero nunca encontró una mujer que superase a su Eurídice. De hecho, varias fuentes relatan que se alejó de las mujeres por completo y prodigó el afecto que le quedaba a los jóvenes muchachos de Tracia.

Las mujeres tracias, las ciconas, las seguidoras de Dioniso, estaban tan furiosas por su desinterés que le tiraban palos y piedras a Orfeo. Sin embargo, los palos y las piedras estaban tan encantados por su música que se quedaban flotando en el aire y se negaban a lastimarlo.

Finalmente, las mujeres ciconas no pudieron soportar por más tiempo la degradaci6n y la ofensa de ser ignoradas y en medio de un ataque de histeria báquica despedazaron a Orfeo tirando de sus extremidades y retorciéndole la cabeza hasta arrancársela de los hombros. Las doradas armonías de Apolo siempre fueron una afrenta para las oscuras danzas y ditirambos dionisíacos.

La cabeza de Orfeo, que no dejaba de cantar, la lanzaron al río Ebro, donde se fue flotando hasta el Egeo. Finalmente acabó en la playa de Lesbos; la recogieron los habitantes de la isla y la pusieron en una cueva. Durante muchos años, la gente acudía a la cueva de todas partes para plantearle preguntas a la cabeza de Orfeo, y esta cantaba siempre unas profecías tremendamente mel6dicas en respuesta.

En un momento dado, Apolo, el padre de Orfeo, celoso tal vez de que el santuario amenazase la supremacía de su oráculo en Delfos, lo silenci6. Calíope, su madre, encontró su lira dorada y se la llev6 a los cielos, y allí la colocaron entre las estrellas como la constelaci6n de la Lira, que incluye Vega, la quinta estrella más brillante del firmamento. Sus tías, las otras ocho musas, reunieron los pedazos de su cuerpo y los enterraron en Libetra, bajo el monte Olimpo, donde los ruiseñores siguen cantando sobre su tumba.

En paz al fin, el espíritu de Orfeo descendi6 una vez más al inframundo donde se reunió definitivamente con su amada Eurídice. Gracias a Offenbach, cada día siguen bailando un jubiloso cancán juntos en el reino de los muertos.


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