Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

1.213. DIAS DE LUZ Y ESPLENDOR / JAY MCINERNEY


Hubo un tiempo, no hace tanto, en que los jóvenes acudían a la ciudad porque amaban los libros, porque querían escribir novelas o relatos cortos -o incluso poemas, nada menos-, o porque querían participar en la producción y distribución de dichos artefactos y estar en contacto con la gente que los creaba. Para aquellos que frecuentaban bibliotecas de las afueras y librerías provincianas, Manhattan era la reluciente isla de las letras. New York, New York. Estaba ahí mismo, en la página de créditos: era el lugar del que emanaban libros y revistas, hogar de todos los editores, sede del New Yorkery de la Paris Review, donde Herningway le dio un puñetazo a O'Hara y Ginsberg sedujo a Kerouac, donde Hellrnan demandó a McCarthy y Mailer la emprendió a golpes con todo el mundo, y donde (o eso imaginaban ellos) los asistentes editoriales concienzudos y los aspirantes a novelistas fumaban pitillos en los cafés mientras recitaban a Dylan Thornas, quien había exhalado su último aliento en el hospital St. Vincent después de tornarse diecisiete whiskies en la White Horse Tavern, que aún servía copas a los turistas y a los jóvenes literatos que acudían en manada a brindar en recuerdo del bardo galés. Esos soñadores eran el Pueblo del Libro; adoraban los textos sagrados de Nueva York: La casa de la alegría, El gran Gatsby, Desayuno en Tiffany's et al., pero también toda la marginalia


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