Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LECTURAS DE UN AÑO

LOS GANADORES SON¡¡¡¡
La mano invisible / Isaac Rosa
El lamento de Portnoy / Joseph Roth
El alumno / Henry James
El mapa y el Territorio / Houllebecq
El viaje / Sergio Pitol
Prisión Perpetua / Ricardo Piglia
El viajero más lento / Enrique Vila-Matas
La soledad de los números primos / Paolo Giordano
Un americano / Henry Roth
El espia /Justo Navarro
Estas ruinas que ves / Jorge Ibarguengoitia
El dia de mañana / Ignacio Martinez de Pisón
Los enamoramientos / Javier Marias
El Hacedor (de Borges), Remake / Agustin Fernandez Mallo
New York / Henry James
Los sinsabores del verdadero policía / Roberto Bolaño
De que hablamos cuando hablamos del amor / Raymond Carver
Marcos Montes / David Monteagudo
Las amistades peligrosas / Ch. De Laclos
Via Revolucionaria / Richard Yates
Riña de gatos / Eduardo Mendoza
Punto Omega / Don Delillo
Sunset Park / Paul Auster

SUICIDIO

De Prisión perpetua, de Piglia, p. 142


KAMIKAZE. Había comenzado un relato sobre los suicidas japoneses y había realizado una pequeña investigación sobre las cartas que los soldados enviaban a sus padres antes de morir (y esto se ligaba con una historia familiar que no venía al caso contar ahora). // Indecisión: típica conducta suicida. No puede elegir y para librarse de la parálisis que lo «captura» escapa por el camino del crimen. // Muchos criminales matan por esas minucias, viven en el océano de las grandes pasiones y les cuesta abrir una puerta que les permita salir del sótano. X, en un suburbio de Kioto, era martirizado por su mujer y no podía «separarse». Todas las noches pensaba que al día siguiente iba a mudarse, incluso compraba los diarios y recorría la sección de avisos clasificados y marcaba los departamentos disponibles que se adaptaban a sus necesidades. Debía salir con el diario, visitar esos cuartos vacíos, hablar con las porteras, subir las escaleras, elegir el lugar adecuado y luego buscar una cama, comprar una mesa donde instalar sus aparatos de óptica. //X, indeciso nato, obrero mecánico. Preso dice que «extraña el trabajo». // Marineros y prostitutas son observados desde la torre del Building: veinte pisos sobre el nivel del mar. Desde lo alto, las dársenas son una estampa japonesa. Las hormigas microscópicas se mueven entre los barcos y los depósitos. //Un kamikaze haría volar con un solo vuelo ese paisaje.

INCIPIT 265. EL LIBRO DE BECH / JOHN UPDIKE

PALABRAS PREVIAS


Querido John:

Si no queda más remedio que cometer la impudicia artística de escribir acerca de un escritor, más vale, creo yo, que escribas acerca de mí que acerca de ti. Sin embargo, después de leer estas páginas, dudo que traten de mí, suficientemente de mí, realmente de mí. Por ejemplo, en una primera meditación sonrojada, parezco, durante mi estancia en Bulgaria (sexualidad ecléctica, narcisista osadía, cabello rizado y escaso) una caballerosa versión de Norman Mailer; después, en Londres, los plateados mechones más me asemejan a un galante y encantador Bellow, Rey de los Magos, que a mi verdadera personalidad de tradicional y hogareño seguro servidor de usted. Mi infancia parece inventada por Alex Portnoy, y mi ancestral pasado semeja obra de I. B. Singer. Algo de Malamud hay en mi talante capitalino, y en mis aspectos íntimos parezco un paranoico, una innoble versión de las más o menos nobles renuncias de H. Roth, D. Fuchs y J. Salinger. Sin embargo, tampoco faltan rasgos teológicos, atemorizados y aislantemente irónicos que, según mis locas sospechas, proceden de ti.

A pesar de todo, estás en lo cierto. Este monótono protagonista que baja de un avión, que murmura palabras que no acaba de creerse, que establece vagas relaciones con alguna que otra mujer, y vuelve a subir al avión, es, sin duda alguna, cierto señor Henry Bech. Hasta la aparición de esta obra tuya, breve aunque no en exceso, no ha habido revolucionario que se haya ocupado de nuestra opresión, del suave mecanismo mediante el que Norteamérica reduce a sus escritores a la imbecilidad y el conformismo. Envidiados como los negros, considerados tan inverosímiles como ios ángeles, vamos de la prostitución de la sala de conferencias a la tortura de la mesa escritorio, para acabar perdidos entre un mar de tristes y liliputienses notas necrológicas, viejas y gastadas por

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INCIPIT 264. VIAJES DE GULLIVER / JONATHAN SWIFT

Capítulo 1
El autor da alguna información de él y de su familia; primeras incitaciones a viajar. Naufraga, y nada desesperadamente; consigue llegar a tierra en el país de Liliput, es hecho prisionero, y transportado al interior.
Mi padre poseía una pequeña propiedad en Nottínghamshire; yo era el tercero de cinco hijos. Me envió al Emanuel College de Cambridge a los catorce años, donde residí tres, y me apliqué en mis estudios; pero como la carga de mi manutención (aunque tenía una asignación muy pequeña) era demasiada para una economía modesta, me vi obligado a colocarme de aprendiz con el señor James Bates, cirujano eminente de Londres, con el que estuve cuatro años; y mi padre me enviaba de vez en cuando pequeñas cantidades de dinero que yo empleaba en aprender navegación, y otras partes de las matemáticas útiles para quienes tienen intención de viajar, como siempre creía yo que algún día sería mi destino. Cuando dejé al señor Bates volví con mi padre, donde, con su ayuda y la de mi tío John, y algún otro pariente, obtuve cuarenta libras, y la promesa de treinta más al año para mi mantenimiento en Leiden: allí estudié física dos años y siete meses, sabedor de que sería provechosa para los viajes largos.
A poco de regresar de Leiden, fui recomendado por mi buen maestro el señor Bates para cirujano del Swaiow, mandado por el capitán Abraham Panneli, con quien continué tres años y medio, e hice un viaje o dos al Levante y a otras regiones. Al regresar decidí establecerme en Londres, a lo que me animó el señor Bates, mi maestro, quien me recomendó a varios pacientes. Ocupé parte de una casita de la antigua judería; y aconsejado de que cambiase de

DENEGACION

De Prisión perpetua, de Piglia, p. 144


NEGACIÓN. Hace meses que Erika estudia las formas de doble negación. Es el modo más común de fijar un sentido a la vez directo y paradojal. Cree que ese es el origen de la gramática: aludir a lo que está y a lo que no está al mismo tiempo. Primero se nombran los objetos del mundo, luego se nombra lo que no existe. // Para los Swrek era necesario tener un sentido para cada uno de los dos reyes gemelos que los gobernaban. Allí está la fuente histórica de las formas de ambigüedad y de doble sentido. // Como resto de un acontecimiento remite a la misma insensatez de su forma: primitivamente se dijo en alusión a los locos que cruzaban el desierto, aislados de la manada, cabalgando de a dos, espalda contra espalda en ponies blancos, custodiados por las mujeres y los niños. Los guerreros dormían en los caballos y los locos fueron los primeros, según se dice, en echarse en el piso a descansar con la cabeza en la dirección de la marcha para no extraviarse luego en el desierto infinito. A menudo servían para anunciar la llegada de enemigos cuyo galope era percibido por la oreja pegada a la tierra. // La negación sirvió luego para referirse a los mendigos y a los idiotas que andaban por los caminos y acampaban fuera de las murallas de la ciudad. Por fin terminó por significar la imposibilidad de incluir en una serie a todos los miembros de una especie y fue el punto de partida de los problemas lógicos ligados al infinito y a la teoría de los conjuntos. Remite entonces a un criterio de selección y por lo tanto forma parte de las paradojas de inclusión y de la teoría de los tipos. (La clase de los que pertenecen a todas las clases ¿es una clase?)
 // ¿El diccionario que intenta incluir todo el saber debe incluir una entrada sobre el mismo diccionario?

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