Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SATANASA


Madrid 1983, Arturo Lezcano, p. 331

El 7 de enero de 1983, en Rock-Ola, un grupo de muchachos con aspecto de duros, liderado por un carismático cantante y guitarrista, espigado, calvo, de mandibula prominente y gafas de sol, presentan uno de los grandes discos de la década, el primer álbum de !legales. Suenan cuadrados y rotundos. Pero estarán un ratito nada más sobre escena. Son teloneros. Mientras rasgan “Tiempos nuevos, tiempos salvajes”, dos personajes de vodevil se maquillan en el cuartillo del camerino de la sala. Se llaman Almodóvar y McNamara. Arrancan con uno de los hits, “Satana S. A”, que mezclarán con otro, “Gran ganga”. El grupo es en realidad una selección de nombres de la movida: Bernardo Bonezzi, de los Zombies (y luego compositor de bandas sonoras de películas del director), y Carlos Berlanga a la guítarra, Nacho Canut al bajo, TotiÁrboles a la batería, Ana Curra a los teclados. Como decían las crónicas “aquello no era un concierto, sino la fiesta de sociedad (moderna) que se necesitaba en este país”, opina José Manuel Costa en El Pais. “Porque si bien la música fue pura broma, el espectáculo romano y enloquecido del escenario (más bien pasarela) venía a consolidar, establecer y demostrar la pujanza de este Madrid perverso y gracioso”, subraya. Los textos dejaban constancia del desafine de las voces sobre el desafine de los instrumentos, “en una melopea de risas” mientras Almodóvar, vestido con bata de guata y grandes pendientes, y Fanny, en cueros y cuero combinados, se contorneaban. Como música casi no había, el público esperaba las ocurrencias del dúo. Y, lejos del juicio sesudo o la indignación académica, el show recibió aplausos y parabienes. El éxito humorístico de Almodóvar y McNamara explica algo evidente: la movida trascendia lo musical, era un cajón de sastre que acogía diferentes manifestaciones personales nunca vistas antes en España. En el caso del cineasta, lo hizo a través de sus películas, que a su vez retrataban aquella troupe. Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón había aparecido como un rayo moderno -excesivamente moderno para la crítica-.


Correr hasta matarse


Madrid 1983,  Arturo Lezcano, p. 356

Pelo cardado, cara pintada como una puerta, vestido negro  riguroso. Paloma Chamorro es la estampa de los tiempos, pero aquí también es la imagen del luto, con el disfraz perfecto para esconder unas lágrimas. Micrófono en mano, compungida, la presentadora habla a la audiencia de su programa recién estrenado en Televisión Española. “Aquí tenía que haber terminado nuestro programa de hoy, pero desgraciadamente tenemos algo que añadir. Esta edición de La edad de oro y todas las que el tiempo nos permita estarán dedicadas a Eduardo Benavente. Él contribuyó a que pudiera ver la luz colaborando en el programa piloto que nos ha permitido poner en pie este tinglado”.

Era 1 7 de mayo de 1983 y hacía tres dias que Benavente, líder del grupo Parálisis Permanente y exnúmero de los Pegamoides, había muerto en un accidente de coche. Con él se iba una parte de la movida y seguramente la poca inocencia que le quedaba a la troupe que solo cinco años antes pululaban por el rastro iniciando su safari vital. Eduardo viajaba desde León hacia Zaragoza para tocar en un festival junto a otros grupos. Conducía Ana Curra, su novia y compañera de banda. Atrás iba Toti Árboles, bateria del grupo. En un desvío de la autopista, el Seat Ritmo sufrió el reventón de una rueda y se salió de la carretera. Ella sufrió fractura de clavícula. Atrás, Toti, solo contusiones. Eduardo, en cambio, salió despedido y murió. “En ese bolo me tocaba a mí conducir, que tenía dieciocho años y el carnet recién sacado. Era  tremendo cómo viajábamos en condiciones tan precarias y en carreteras tan malas”, cuenta con dolor Curra hoy, sentada a una mesa de chiringuito en el parque del Retiro, con su perro Trece ladrando alrededor. Curra deja la mirada perdida por un segundo, buscando recuerdos. El hilo de aquella noche lo retoma, desde otro ángulo, Servando Carballar. “Tocábamos el Aviador, Parálisis y Alaska en Zaragoza. Llegamos, probamos sonido y tocamos. Ellos no aparecían y nos aseguraban que habían tenido un problema con el coche, hasta que al salir de tocar nos dicen que Eduardo se ha matado. A mí me pegó muy fuerte, porque había estado un par de días antes con él. Nos creíamos inmortales y luego, detrás de él, cascaron otros 200, aunque fueran por otras razones dan la medida de lo que eran aquellos años”.

Unos dias antes del accidente habían grabado ese programa piloto con el que Paloma Chamorro daba la bienvenida a La edad de oro, estandarte de la movida en los dos años  siguientes. “La muerte cristaliza un instante. Hoy nos queda por encima del dolor el placer de haberle conocido”, dice Chamorro para cerrar.


EL LIGRE


Días de luz y esplendor, Jay McInerney, p. 154

“El ligre es un híbrido producto del cruce entre un león (Panthera leo) y una tigresa (Panthera tigress)» - Jeremy le leía a su madre de la Wikipedia; era su forma de documentarse para la aventura de la jornada: ver un ejemplar de ligre en su hábitat natural, recreado por uno de los más generosos benefactores de la Sociedad Protectora de la Fauna Salvaje-. «Sus padres pertenecen por tanto al mismo género, pero son de especies distintas. Es el felino conocido más grande que existe en la actualidad. A los ligres les gusta nadar, una característica de los tigres, y son muy sociables, como los leones. Los ligres existen solo en cautividad porque los hábitats de las especies progenitoras no coinciden en ningún lugar ... »

A Casey le sobraban dos entradas y los había invitado a ver al ligre y su domador en la casa que Rijstaefal, conocida como la Visones y presidenta de la sociedad, tenía en la Quinta Avenida. El animal había salido del anonimato y se había hecho famoso después de su mención en Napoleon Dynamite, y la asociación estaba sacando provecho de ese interés. De hecho, las entradas "para el acto se habían agotado rápidamente: había atraído a los críos del distrito postal 10021, que ya estaban de vuelta de todo y habían visto su buena dosis de leones y tigres y osos, por no mencionar que un puñado de ellos había estado de safari con Abercrombie & Kent en Kenia y Sudáfrica. Corrine, por su parte, no podía evitar acordarse de Luke, quien, según sabía, estaba pasando esa semana en su finca de caza; no podía evitar experimentar cierta comunión con él en aquella expedición al Upper East Side, ni dejar de pensar en el correo electrónico que le escribiría después para contárselo.


INCIPIT 1.212 MADRID 1983 / ARTURO LEZCANO


 1. La periferia existe

1983 comenzó el 28 de octubre de 1982. Aquel día el PSOE arrasó en las urnas y se hizo con el Gobierno. La jornada, con aroma a nueva era, tuvo su punto culminante de madrugada, cuando el larguísimo recuento electoral ya evidenciaba una tendencia imposible de revertir. Televisión Española llevaba varias horas emitiendo un programa de fórmula novedosa para un momento tan señalado. Se llamaba La noche de todos y en él se iban alternando la información del escrutinio desde plató con una gala musical presentada en directo por José María Íñigo desde Florida Park, la célebre sala de fiestas del parque del Retiro. En el exacto momento en que Juan Pardo hacía gorgoritos cantando “Suspiros de amor», la imagen saltó al estudio y el periodista Lalo Azcona dio paso a un reportero ubicado en el Hotel Palace, donde estaba instalado el cuartel general socialista. Estaba jadeante como un locutor de radio en la meta de una vuelta ciclista. “Conexión,- conexión, conexión Torrespaña”. En imagen, sin solución de continuidad, un tropel de fotógrafos y militantes rodeaban al hombre que todo lo acaparaba en ese instante. Felipe González se subía al estrado para hablar. Aliado, su mano derecha, Alfonso Guerra. Junto a ellos, aplaudiendo, el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. El himno de la campaña, compuesto por Julio Mengod con aires de melodía épica de Vangelis, fue desvaneciéndose al abrirse el micrófono del líder socialista


INCIPIT 1.211. HISTORIA DE SHUGGIE BAIN / DOGLAS STUART


Era un día opaco. Tenía la mente en otro lugar aquella mañana, pero su cuerpo, en cambio, seguía deambulando por allí. Aquel cuerpo vacío iba completando con languidez las tareas rutinarias, con los ojos ausentes y la piel pálida bajo los tubos fluorescentes, mientras su alma flotaba sobre los pasillos sin dejar de pensar en el mañana. El mañana era algo que anhelaba con todas sus fuerzas.

Shuggie lo organizaba todo metódicamente antes de comenzar el turno. Vertía las salsas aceitosas y las cremas untables en fuentes limpias. Se aseguraba de que no quedase ningún  resto en los bordes, ya que se pondría marrón enseguida y arruinaría la ilusoria impresión de producto fresco. Coronaba artísticamente las lonchas de jamón con ramitas de perejil artincial y volcaba las aceitunas para que el jugo viscoso se derramase como mucosa sobre su piel verde.

Anne McGee, la dueña, tuvo la cara dura de llamar aquella mañana y decir que estaba enferma otra vez, dejándolo con la ingrata responsabilidad de tener que encargarse él solo de la charcutería y el asador. Era imposible empezar bien ningún día con seis docenas de pollos crudos, pero hoy, que además tendría que poner fin a sus apacibles ensoñaciones, menos aún.

Ensartó todas las aves en pinchos industriales y luego las fue colocando cuidadosamente en fila. Estaban allí, frías y muertas, con las alas cruzadas sobre sus rollizas pechugitas, como tantos otros pollos decapitados. Hubo un tiempo en que se habría sentido orgulloso de su impecable orden.


EDUARDO BENAVENT

 


Madrid, 1983, Arturo Lezcano, p. 358

“Eduardo tenía aquella pose que no era más que eso, si ni había leído Drácula. Una vez llegó a un ensayo con una esvástica. Canut le dijo que no volviera con eso”. En poco tiempo acabó  haciéndose con la guitarra del grupo y desbancando al propio Berlanga, <<que no tema esa madera de lider, mientras Eduardo no tenía su cultura, pero hacía canciones corno bofetadas. Tenía mucho maguetisrno, era un buen performer de canciones de una sola nota, y lo que tenía, corno Olvido, era mucho espíritu de lider. Se comió con patatas a Carlos Berlanga y sus inseguridades», añade, en coincidencia con Ana Curra. “Carlos era un artista, con un sentido del humor muy acentuado, y por su casa familiar había pasado todo el mundo interesante. En petit comité era muy extravertido, pero en el escenario no. Era frágil físicamente y eso de ir todos en una furgoneta corno gallinas no lo soportaba. Musicalmente había una parte en la que conectábamos, pero Eduardo vio que no cabía ahí y montó su grupo paralelo».

Corno en un reverso oscuro de los Pegamoides, con Canut (e inicialmente los hermanos de ambos) formó Parálisis Permanente, casi corno un juego, para cabreo inicial de Alaska y Curra. Pero no había marcha atrás: debut sonado ( ochenta personas en el Jardín, un local para cincuenta) y todas las perspectivas para volverse banda de culto en aquel Madrid. Mientras, los Pegamoides, en los que por cierto seguian militando tanto Canut corno Benavente, daban la campanada con “Bailando» y la grabación de su LP Grandes éxitos. Era el célebre verano de 1982, y el grupo de Alaska iba oscureciendo sus influencias. Después de muchos amagos, es Carlos el que termina pegando el portazo a Pegamoides para montar Dinararna, al que se sumará pronto Nacho y, finalmente, Alaska. Así le queda via libre a Eduardo con Parálisis, que edita un single compartido junto a Gabinete Caligari. Todo sucede rapidísimo. El culmen de la historia paralítica, con su última  formación, ocupa apenas unas semanas, las que van de la presentación de El acto, a finales del 82, hasta la muerte de Eduardo poco después. Por sus formas de estrella al frente, los más sarcásticos le llamaban Parálisis Benavente. Pero el grupo iba disparado, corno se demostró a finales de marzo en Rock-Oia, entre las sogas del escenario y la entrega del público, con Alaska en primerísima fila. El hit “Autosuficiencia” se encumbraba corno himno repentino de la generación individualista y pendón de los nuevos tiempos de la movida. Se habían hecho mayores. Así se vio, también estéticamente, en su actuación de La edad de oro.


WARHOL 1983


Madrid 1983, Arturo Lezcano, p. 392

2. Pasar página

Se vendió como la gran victoria de la modernidad madrileña, aunque aquellos nueve dias no merecieron ni una letra en sus diarios. Lo compararon con Míster Marshall, pero más bien se podría comparar con la secuencia de Atraco a las 3 en la que José Luis López Vázquez -«Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo»-le hace la rosca a una vedete famosa a la que atiende en su oficina bancaria. Algo así pasó con Andy Warhol en su visita a Madrid en enero de 1983, un paseo delirante de nueve días en el que se mezcló todo el caldo que se cocía en aquella sociedad y donde se veían «ríos de baba” alrededor del artista estadounidense, en palabras de una asistente a aquel periplo. Es, también, un momento significativo, en el que aquel grupito de amigos que intercambiaban maquetas y fanzines en el Rastro ya se codean en la alfombra roja con la beautiful people madrileña. O tal vez, como ha defendido Alaska, lo extemporáneo eran los otros, porque Warhol era un artista que solo interesaba, decía, a cuatro músicos y artistas de la movida. Pero aparecía entre flashazos y cócteles con una mezcla brutal alrededor: Pirita Ridruejo -que lo entrevistó para Tiempo-, Isabel Preysler, Ana Obregón o Ágatha Ruiz de la Prada. Pero también la pintora surrealista Maruja Mallo (que, según cuentan, le dijo cuando se lo presentaron a modo de saludo: “Dólar, Coca-Cola, mierda”). O el fotógrafo Alberto Schommer. O Luis Escobar, marqués de las Marismas y exponente del berlanguismo.


JRUSHCHOV


Los últimos pianos de Siberia, Sophy Roberts, p. 271

Durante la construcción de Akademgorodok empezaron a relajarse las restricciones a la libertad de expresión en toda la URSS. El25 de febrero de 1956, Jrushchov pronunció un “discurso secreto” ante los delegados del Vigésimo Congreso del Partido Comunista, acontecimiento que fue un verdadero cataclismo, no solo porque puso de manifiesto que en el momento de la muerte de Stalin el sistema era completamente totalitario, sino porque dio al traste con el culto a la infalibilidad de Stalin. Algunos de los campos de trabajo de Stalin más temibles quedaron suprimidos, lo que trajo consigo la amnistía para grandes contingentes de prisioneros políticos, o su “rehabilitación” (un proceso que exoneraba a las víctimas de sus supuestos crímenes, a menudo a título póstumo). Más señales evidentes de renovada confianza y de tolerancia se extendieron en la sociedad rusa. Hubo incluso un intento de mejora de las relaciones dificultadas por la guerra fría. En 1958, el pianista texano Harvey Van Cliburn ganó en Moscú el Concurso Internacional Chaikovski de Piano, con el visto bueno de Jrushchov.

Un año después, en julio de 1959, Richard Nixon, entonces vicepresidente de Estados Unidos, voló a Novosibirsk. Durante su visita al teatro de la Ópera comparó el apetito cultural de Novosibirsk con el de San Francisco en el siglo XIX. Según observa el New York Times, los dos mil asistentes iban “vestidos como para jugar al fútbol”. Al mismo tiempo, la señora Nixon asistió a un desfile de moda siberiana.

Durante este atareado periodo de desestalinización, la esperanza de llegar a algún tipo de liberación era una posibilidad muy real. En 1962 se publicó en la Unión Soviética Un día en la vida de Iván Denísovich, que aportaba un testimonio de Nikita Jrushchov felicita al pianista norteamericano Harvey Van Cliburn. primera mano sobre la experiencia del Gulag. Fue ese un momento extraordinariamente significativo, porque indicaba una nueva transparencia ante el pasado. Luego, en 1964, el nuevo líder de la Unión Soviética, Leonid Brézhnev, tras derrocar a Jrushchov, comenzó su mandato de dieciocho años como secretario general, y la Unión Soviética volvió a cambiar de marcha. Su gestión en contra de las reformas dio prestigio y estabilidad a la URSS -así como el submarino que más deprisa y a mayor profundidad navegaba, y una estación espacial en funcionamiento-, pero también provocó una era de estancamiento político, cultural y económico.

Y, sin embargo, en Akademgorodok hubo ciudadanos que se comportaban como si nada de aquello estuviera pasando, como si se considerasen inmunes, de algún modo, a la renovación de las restricciones ideológicas. En mayo de 1968, la Casa de los Científicos de la ciudad acogió un Festival de los Bardos. El acontecimiento se anunció mediante una pancarta455 sobre la puerta de la sala de conciertos: iPOETAS! iSIBERIA OS ESPERA!


AKADEMGORODOK


Los últimos pianos de Siberia, Sophy Roberts
Cuando Vasili Lomachenko se instaló por primera vez en Akademgorodok, lo hizo con otros setenta mil obreros de la construcción, 435 todos ellos convencidos de que iban a edificar una especie de paraíso soviético. Esta audaz creación de una ciudad de la ciencia poseía un profundo sentido tras el deshielo económico que siguió a la muerte de Stalin en 1953, y parte de su objetivo consistía en ayudar al nuevo primer secretario del Partido Comunista, Nikita Jrushchov, a desarrollar una tecnología capaz de explotar el enorme potencial de Siberia. Siberia solo representaba una pequeña parte de la población del país, pero también poseía el noventa por ciento de los recursos naturales.

Sobre el papel, Akademgorodok tenía una pinta espectacular. El espíritu del optimismo no solo adquiría cuerpo en la planificación de la ciudad -una playa a orillas del río Obi, artificialmente inundado, una pista de hielo, carriles bici y serpenteantes senderos forestales-, sino también en los centros cívicos, los cafés, los teatros y las sociedades musicales. Los laboratorios y las bibliotecas estarían entre los mejores del mundo. Los miembros de la élite científica de Akademgorodok dispondrían de una cabaña independiente de madera donde vivir en pleno bosque, en vez en un piso en un bloque soviético. Incluso el hotel estaría por encima de lo habitual, para albergar a las mentes más brillantes del país.

Fue una idea muy potente, que todo el mundo encontró atractiva y que condujo a la creación de lo que más tarde se denominaría «la pequeña ciudad con el CI más alto del planeta”. Para los intelectuales del país con tendencia a renegar del régimen, la alejada ubicación de Akademgorodok significaba que su trabajo estaría menos encadenado a los engranajes del Partido que las instituciones moscovitas equivalentes. Y luego estaban los soñadores, los que persiguen las utopías allá donde surjan. El reto consistía en manipular esta mezcla de motivaciones (y los nada seguros fondos estatales) para construir una comunidad viva y viable, asentada en la excelencia científica.

A los diez años de ponerse en marcha, Akademgorodok tenía quince institutos de investigación en marcha.Se creó un Instituto de Citología y Genética: un “milagro», escribió la genetista Raissa L. Berg, dado que Stalin había prohibido poco antes el estudio de la genética por considerar que la herencia genética no era compatible con el marxismo. En la Siberia profunda, la élite académica halló más libertad para trabajar. Las casas tenían frigorífico y calefacción eléctricos, además de ayudas para gastos de mantenimiento. Cuanto más alto el techo, más alto el salario, observó Berg. Los científicos disfrutaban de mejor suministro alimenticio. Allí acudieron músicos, artistas, poetas, rusos de a pie, en apoyo de esta ciudad asombrosamente inventiva en que abundaban las setas y los más espantosos mosquitos.


INCIPIT 1.210. QUERIDOS NIÑOS / DAVID TRUEBA


Zaragoza

Empezaremos por aquella mañana en Zaragoza. El salón del Gran Hotel, gélido, impersonal. La sala bajo la luz fría, más apropiada para una autopsia que para una presentación en sociedad. Nuestro paisaje, Amelia, ahora lo pienso, fueron salas de espera, salas de reuniones, salas de convenciones, salas de banquetes, salas multiusos que de querer servir para todo no sirven para nada.

Y o te observaba en Zaragoza cuando desvelaste el cartel electoral ante la prensa. Los chicos de imagen lo habían tapado con una tela azul que te llevaste en la mano y luego no sabías qué hacer con ella, con la tela azul. Y allí, delante, tu foto impresa en el papel cartón sobre el caballete, retocadas las facciones hasta hacer desaparecer cualquier arruga y por tanto cualquier rasgo. Con tanta sinceridad que hay en una cara, los diseñadores habían preferido difuminarte las facciones y aclararte el color de ojos.

Lo hacen al modo de las portadas de revista porque la gente le ha cogido miedo a mostrar cualquier imperfección. Por eso me gustaba estar gordo.


INCIPIT 1.209. LOS ULTIMOS PIANOS DE SIBERIA / SOPHY ROBERTS


MÚSICA EN UNA TIERRA DORMIDA: SIBIR

Durante uno de mis primeros viajes por Siberia recibí una foto de un músico residente en Kamchatka, remota península que sobresale del borde oriental de Rusia para adentrarse en la niebla del Pacífico Norte. En la fotografía surgen volcanes de la llanura: huecos y cavidades dominados por un cono en forma de A. El hielo se acumula en las hondonadas del paisaje. En  primer plano aparece un piano vertical. El foco de atención está en la música, que ha atraído a un público de diez personas.


El Teatro Académico de Ópera y Ballet Estatal de Novosibirsk


Los últimos pianos de Siberia, S.Roberts, p. 245

El Teatro Académico de Ópera y Ballet Estatal de Novosibirsk, que abrió oficialmente el12 de mayo de 1945, ofrecía otra faceta de significación heroica: era donde los tesoros culturales de  la Unión Soviética -incluidos los instrumentos musicales- permanecieron en custodía durante la arremetida nazi. Se utilizó para el almacenamiento de algunas de las obras de arte en posesión de Rusia, traídas tanto desde la galería Tretiakov de Moscú como del palacio Pávlovsk de Leningrado y el Museo Estatal del Hermitage.

El embalaje se hizo a toda prisa.419 Desde la Tretiakov se enviaron unas tres mil piezas, incluidos los instrumentos de cuerda reunidos con tanto entusiasmo tras las Revolución de Octubre. Los lienzos de mayor tamaño se transportaron en rollos -incluido el famoso cuadro decimonónico de Vasili Súrikov que representa a la boyarda Morózova, famosa Vieja Creyente y mártir religiosa, encadenada a un trineo para llevarla al destierro. La colección se cargó luego en vagones de ferrocarril con destino a Siberia, seguida por otras dos mil obras y cincuenta empleados de los museos con sus familias.

La rapidez con que los nazis cerraron el asedio hizo que la evacuación de las obras de arte de Leningrado fuera aún más frenética. Cuando se acercaron lo suficiente, la artillería alemana se fijó como objetivo el palacio Pávlovsk -que llevaba siendo un centro de cultura musical rusa desde finales del siglo XVIII-. Los leningradenses empaquetaron el juego de tocador de porcelana, regalado a los Románov por María Antonieta, en hierba recién cortada. Envolvieron en ropajes imperiales los objetos más frágiles. Un miembro del personal del Pávlovsk hizo dibujos420 del aspecto que ofrecía el ínterior antes de ser abandonado, y también de la cama del zar, con su baldaquino de cortinaje festoneado. Tesoros de valor in calculable cuyo tamaño impedía el traslado permanecieron donde estaban, entre ellos el piano vertical Clementi de finales del XVIII propiedad de Maria Feodorovna.

Fue Andréi Zhdánov -el jefe de Leningrado y heredero  aparente de Stalin, a quien sus rivales llamaban El Pianista burlándose de su talento musical y de sus ambiciones culturales- quien emitió la orden de retirar los tesoros artísticos de la ciudad. Los primeros convoyes de objetos museísticos que partieron de Leningrado en julio de 1941 iban llenos a rebosar.


SINFONIA LENINGRADO


Los últimos pianos de Siberia, S. Roberts. p. 243

«Mi arma era la música -escribe Shostakóvich-. Me sentaba al piano y trabajaba, rápida e intensamente. Quería crear una pieza sobre nuestras vidas, sobre estos días, sobre el pueblo soviético, que pondría todo de su parte por mor de la victoria.”El estreno mundial de Leningrado por la orquesta Bolshói de Moscú, que había sido evacuada en previsión del avance nazi, tuvo lugar en la ciudad de Samara el 5 de marzo de 1942. Luego llevaron la partitura por vía aérea a Moscú, donde se interpretó tres semanas después. Avanzada la primavera, la sacaron del país en microfilm, vía Teherán, El Cairo y Casablanca, por una heroica ruta de evacuación, que se alargó luego a Londres y Nueva York. Cuando la sinfonía se estrenó en Estados Unidos, el19 de julio de 1942, Shostakóvich se hizo internacionalmente famoso: la entusiasta acogida le valió la portada de la revista Time.

Las autoridades soviéticas comprendieron que la música alcanzaría su máxima fuerza desde el propio interior de Leningrado, en pleno sitio. Pero solo quedaba allí un conjunto que quizá fuera capaz de interpretar esa obra enormemente ambiciosa. La mejor orquesta de la ciudad, la Filarmónica de Leningrado, ya había buscado refugio en Novosibirsk, Siberia, dejando atrás una alternativa muy deficiente, de mucho menor fuste. La Orquesta Radiofónica de Leningrado tenía cien miembros antes de la guerra. En pleno sitio, cuando la orquesta recibió orden de volver a formarse, la lista de sus miembros resultaba descorazonadora: había numerosos nombres tachados (cuyo fallecimiento constaba), y otros marcados en rojo para indicar que iban a ausentarse."' Al primer ensayo acudieron menos de veinte profesores, de modo que los jefes militares recurrieron a soldados para completar el número. A finales de junio, la partitura de la sinfonía llegó por vía aérea a la ciudad sitiada, y la improvisada orquesta -ataviados sus miembros con ropa vieja o, según cuenta uno de los participantes, “disfrazados de repollo”- se puso a ensayar como mejor pudo. El percusionista murió camino del trabajo, los músicos de viento se desmayaban de hambre, y de vez en cuando había que suspender el ensayo para que los profesores fueran a apagar un incendio. Cuando por fin se fijó la fecha del estreno, la artillería soviética se concentró en los cañones alemanes capaces de alcanzar la sala de conciertos en que tendría lugar el acto, para impedir que los bombardeos nazis sonaran más fuerte que la música. La ciudad ya tenía emplazados mil setecientos altavoces; y muchos más se emplazaron al acercarse el momento del estreno, para que la sinfonía llegase a las líneas alemanas.

Ala luz del atardecer del9 de agosto de 1942, la hambrienta población de la ciudad mantuvo el silencio durante uno de los momentos más dramáticos de aquella guerra incomprensible. «Nos asombró la cantidad de gente, que pudiera haber tanta gente hambrienta de comida, pero también de música –dijo el trombonista-. Algunos iban trajeados, otros venían directamente del frente. Casi todos estaban delgados y distróficos.”Cuando terminó, no solo los leningradenses, sino también los soldados alemanes, oyeron aplaudir durante media hora, puesto en pie, a un pueblo al que ellos querían poner de rodillas.


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