Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

WARHOL 1983


Madrid 1983, Arturo Lezcano, p. 392

2. Pasar página

Se vendió como la gran victoria de la modernidad madrileña, aunque aquellos nueve dias no merecieron ni una letra en sus diarios. Lo compararon con Míster Marshall, pero más bien se podría comparar con la secuencia de Atraco a las 3 en la que José Luis López Vázquez -«Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo»-le hace la rosca a una vedete famosa a la que atiende en su oficina bancaria. Algo así pasó con Andy Warhol en su visita a Madrid en enero de 1983, un paseo delirante de nueve días en el que se mezcló todo el caldo que se cocía en aquella sociedad y donde se veían «ríos de baba” alrededor del artista estadounidense, en palabras de una asistente a aquel periplo. Es, también, un momento significativo, en el que aquel grupito de amigos que intercambiaban maquetas y fanzines en el Rastro ya se codean en la alfombra roja con la beautiful people madrileña. O tal vez, como ha defendido Alaska, lo extemporáneo eran los otros, porque Warhol era un artista que solo interesaba, decía, a cuatro músicos y artistas de la movida. Pero aparecía entre flashazos y cócteles con una mezcla brutal alrededor: Pirita Ridruejo -que lo entrevistó para Tiempo-, Isabel Preysler, Ana Obregón o Ágatha Ruiz de la Prada. Pero también la pintora surrealista Maruja Mallo (que, según cuentan, le dijo cuando se lo presentaron a modo de saludo: “Dólar, Coca-Cola, mierda”). O el fotógrafo Alberto Schommer. O Luis Escobar, marqués de las Marismas y exponente del berlanguismo.


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