Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 468. INVASION / DAVID MONTEAGUDO

La primera vez que vio a un gigante, Garda estaba tomando una cerveza en la terraza de un bar. Entonces no lo identificó como tal, tan sólo pensó que se trataba de una persona anormalmente alta; pero lo cierto es que, ya aquella primera vez, la visión le produjo un indefinible malestar, no tanto por la desmesurada altura del gigante, como por el hecho, insólito y sorprendente, de que nadie pareció reparar en su presencia.

La terraza ocupaba un ángulo de la plaza porticada, junto a los puestos del mercado de frutas y verduras. La mañana era tibia y soleada. En una de las pequeñas mesas de aluminio, Garda -con un dedo entre las páginas de un libro- disfrutaba de la agradable temperatura del aire, del cosquilleo de la cerveza a medio consumir, del contraste entre los soportales frescos, umbríos, y la porción de plaza bañada por el sol, con las movedizas sombras de las hojas de los árboles en el pavimento. Posponiendo por unos instantes la lectura -que esperaba paciente y segura entre sus dedos-, Garda contemplaba el rutinario ajetreo de mozos y vendedores en los puestos del mercadillo, cuando vio algo que llamó su atención en el otro extremo de la plaza. Entre los viandantes que llegaban por una de las calles adyacentes, en un Rujo moroso y discontinuo, apareció una figura exageradamente alta, una persona, un hombre que  avanzaba con pasos lentos y desgarbados

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