Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA CULTURA OLALA


Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 51

En cuanto cruzas la frontera, comienza el calvario. Ya en Céret, villa de siete mil habitantes próxima a Perpignan, ves el primer cartelito: «Céret, ville d'art moderne. » ¿No pueden anunciar otra cosa? En la Guide Bleue dice que allí «l'on danse la fameuse sardane» y que hay corridas de toros. ¿No podrían ofrecer sardana y toros, o ensaladas de atún? No: el ayuntamiento de Céret sabe que lo que realmente da dinero es la cultura. La cultura es como el cerdo, no tiene desperdicio.

Querías ver el Pont du Gard porque admiras al arquitecto Agripa, que era cuñado del emperador Augusto cuando los cuñados todavía podían hacer algo de provecho, hace dos mil años. No obstante, es muy difícil que lo veas. Tienes que aparcar ( 4 €) en una inmensa playa a sol de plomo con otros dos mil automóviles y luego recorrer cientos de metros flanqueados por galerías comerciales, cafés latinos, museos romanos, espectáculos de Asterix, hasta llegar a la imponente mole de cincuenta metros de altura y tres pisos de arcadas, absolutamente tomada por turistas culturales como tú. Imposible emocionarse ante  la grandeza de los ingenieros romanos que levantaron este prodigio en cinco años, cuando hoy (y usando hormigón armado) tardarías diez. Familias devorando carnernbert, niños escupiéndose pipas de sandía, ciclistas agresivos, montañas de mochilas, la madre de todas las mochilas. Y tú, lamentable con tu Suetonio sudado.

Esquivas entonces lo monumental y decides perderte en el agujero negro de Francia, en Fontaine-de-Vaucluse, apartado de todo circuito oficial y en donde nace el manantial más misterioso de la geografía francesa. Los espeleólogos han bajado ya a trescientos metros de profundidad en esta gruta verde esmeralda de donde brota un océano de agua helada, y aún es un enigma. Por desgracia, aquí estuvo Petrarca con su péñola y su inspiración, de modo que hay media docena de restaurantes llamados «Las Rimas gastronómicas» o «Laura Bonita» o «El  cancionero de la pizza», un museo ecológico del agua, un molino de papel con visita pedagógica, y así sucesivamente. Miles de turistas culturales que jamás han leído a Petrarca comen bocadillos de salchichón «italiano» y compran muñequitos que figuran a Petrarca haciendo el sesenta y nueve con Laura.

No hay lugar en Francia que no se haya infectado de cultura. No hay pueblecito o aldea que no dedique su calle a René Char, o anuncie la casa donde Cocteau pasó un fin de semana acompañado por su peluquero, que no se ufane de su museo y su mediateca.


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