Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ESTHER TUSQUETS


Tiempos que se fueron, Esther Tusquets, p. 99

Me encantaba que tía Sara me invitase a pasar unos días en su casa del Maresme. Me mimaba y me cocinaba cosas exquisitas. Digas lo que digas, en casa siempre se comió fatal, las criadas sisaban de forma descarada, aseguraban que no podían comprar limón para disfrazar el pescado porque el limón era carísimo, y un día que nos  atrevimos a manifestar nuestra protesta, mamá dijo muy seria y estirada: «No pretenderéis que yo entre en la cocina. » Las tristes cenas en la mesa de mármol de la cocina ante un plato de patatas con verrugas negras hervidas y judías verdes blandas de tan cocidas no se me olvidan. Cuando expliqué estas cosas a Federico comparándolas con lo bien que comía cada día Lluís, a quien su madre cocinaba con amor, me contestó: «No sé de qué te sorprendes. Claro que Lluís come muchísimo mejor que nosotros. Toda la alta burguesía barcelonesa come fatal. Es cosa sabida.» Josep Pla lo había advertido muchos años antes. Pero tía Sara no solo cocinaba honestamente, ¡me dejaba mojar pan en la olla en que rustía el tajo redondo!, deliciosa ordinariez que nunca se hubiese aceptado chez nous, donde comer constituía una necesidad vital pero disfrutar con ello era de muy mal gusto. ¡Y no digamos beber! En casa, si no se esperaba un invitado, jamás hubo una botella de vino. Allí, en aquella casita del Maresme, creo que estuve más cerca de la muerte de lo que he estado nunca. Sara me acaba de bañar y, tras secarme amorosamente, me deja en la salita envuelto en la toalla, mientras ella va un momento a la cocina. Con la toalla húmeda y descalzo, veo pegado en la pared un cilindrito de porcelana blanca con dos ojitos negros que me miran. Con decisión pongo los deditos sobre ellos. Naturalmente, se trata de un enchufe de aquella época, con los terminales en superficie, y recibo una brutal descarga eléctrica que me recorre desde los dedos de la mano hasta las plantas de los pies. Los enchufes eran así y, naturalmente, la instalación no contaba con interruptores diferenciales.


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