Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA PIEL


En verano, Karl Ove Knausgard, p. 362

Lo que la piel prefiere tocar, aquello que siempre añora y la satisface cada vez, de modo que se queda tranquila, colmada y redimida, es otra piel. Tener un bebé sobre el torso desnudo, piel contra piel, es una de las cosas buenas de la vida, tanto para el bebé como para el adulto. Para los adultos, la piel de otro adulto es fuente de otra forma de placer, a veces tan intenso que en cuanto han cerrado la puerta y están solos en la habitación se arrancan la ropa y se estrechan el uno contra el otro, porque el deseo de una piel por otra piel, suave, lisa y desnuda, puede convertirse en un huracán en el transcurso de un instante. El que sea así, que la piel anhele la piel, y que todos los contactos anteriores se posen como un depósito de sentimientos en la conciencia, que se pueden despertar por algo que el ojo ve, también cuando está fuera del alcance de la piel, hace que la existencia entera cambie de carácter en primavera Y verano, cuando la gente empieza a ir ligera de ropa, con falda y pantalón corto, camisetas y blusas sin mangas, porque de repente hay piel desnuda por todas partes, hombros desnudos, brazos desnudos, muslos, piernas y rodillas desnudas; tobillos desnudos, nucas y cuellos desnudos, y el ojo lo ve, y el cuerpo sabe cómo es tocar un brazo, un muslo, una nuca, sentir la piel desnuda contra tu piel desnuda. Es bueno, a la vez que la buena sensación que despierta la visión de la piel pocas veces puede satisfacerse, cambiar de la distancia del ojo a la proximidad de la mano, porque organizamos el mundo según el ojo, no según la mano, en sociedades en las que casi todo el mundo es desconocido para los demás. La transición existente en el paso de la realidad del ojo a la de la piel coincide con la transición de lo social a lo privado, y para alguien como yo, que tiene problemas con la intimidad, a quien casi nunca le agrada que lo toquen, y a quien casi nunca le agrada tocar a otros, la piel está por tanto asociada a la ambivalencia, porque también mi piel desea estar cerca de otra piel, tal vez más que ninguna otra cosa, a la vez que lo teme y por ello procura evitarlo, o limitarlo. Entonces la añoranza de la piel se convierte en una especie de perro y la voluntad en una correa con la que lo tengo sujeto.


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