Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA FRANCE


Diarios, Rafael Chirbes, p. 90

Abajo, en la escalera principal, la Victoria de Samotracia aparece asediada por los fotógrafos, una actriz a la salida de una premíere durante el Festival de Cannes. Hay niños por todas partes, colegiales que toquetean cuanto se les pone a mano, como si hubieran ido con su madre de compras a La Samaritaíne. Peor, allí les llamaría la atención algún empleado. Dónde queda la severa educación republicana de Francia, que moldeaba unos niños temerosos, domados por los ritos, por las prohibiciones: se les prohibía parlotear y reírse en la mesa, hablar cuando lo hacían los adultos. Tenían que quitarse la gorra para saludar, ceder el paso a los mayores, masticar despacio, lavarse una y otra vez manos y dientes; había que respetar rigurosamente la puntualidad. Llegar tarde a la escuela o a la mesa constituían faltas gravísimas. Todo ese riguroso cuadro disciplinario que, en apariencia, moldeaba niños temerosos, dóciles, iba alimentando en ellos un nife duro, irrompible, que los capacitaba para acabar siendo implacables patronos, obreros infatigables, colonos tozudos, militares despiadados, modélicos ciudadanos para quienes la intimidad, la psicología individual, era algo que había que proteger más que cuidar: eran la sólida columna vertebral de la orgullosa Francia.


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