Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BENETIANA

Del prólogo a En un lugar solitario: narrativa, 1973-1984, p.18-19
Así precisamente, «sin ningún plan de escritura», tecleando frenéticamente la Olivetti Lettera del economato melillense y buscando contar una historia acerca de la cual un hipotético lector no debería preguntarse de qué trataba sino a qué sonaba —como después me enteré que hacía también Néstor Sánchez—, sin olvidarme de manejar un método parecido al utilizado por Juan Benet para Una meditación —donde, además de escribir una de las primeras novelas españolas, si no la primera, en la que no hay un solo punto y aparte, creó un artilugio, mediante un rollo de papel continuo, que le impedía volver sobre lo escrito para seguir escribiendo—, fui trabajando, noche y día, en la escritura automática de mi novelita de colmado, buscando en todo momento un benetiano fluir torrencial en el que un hipotético lector no tuviera más remedio que sumergirse y tratar de dejarse llevar sólo por la música de la frase y perder casi el sentido de lo que pudiera estar diciéndose:
Elige tu mejor aspecto que la noche está nublada te dirás acodado al balcón que da al paseo, ponte tu corazón preferido y busca las palabras que han de llevarte al silencio...
Más allá de su música, de su sintonía eufórica y a la vez melancólica, esas palabras inaugurales de Mujer en el espejo contemplando el paisaje —título que hasta hace bien poco ha encubierto al verdadero, En un lugar solitario— parecen seguir diciendo, hoy en día, que en la literatura contemporánea se trata, a fin de cuentas, de saber elegir una buena cara para la noche nublada (para el pésimo tiempo que rige la vida actual de la poesía), no traicionar nunca nuestras convicciones y comprender que en nuestro principio, como decía Eliot, está el fin, y que, indagando y escribiendo, dos actividades parecidas, acabaremos siempre por caminar hacia el so silencio de nuestro hondo hogar esencial.
¿Pensaba en ese hogar hondo y solitario cuando escribí aquel primer libro? No podría jurarlo, sólo sé que actuaba por intuiciones que surgían de las influencias de Juan Benet (tenía la referencia constante de su rollo de papel continuo) y de Néstor Sánchez (que en sus libros parecía pasárselo muy bien con la victoria del estilo sobre la trama) y, si en alguna ocasión ampliaba el campo de mis influencias al cine, pensaba entonces en Iii a Lonely Place, la película de Nicholas Ray que en España se llamó En un lugar solitario y que tenía como protagonista a un bebedor compulsivo, a un cínico y agresivo guionista de Hollywood venido a menos, un tipo de extremo escepticismo incapaz de adaptarse a lo que le rodeaba, es decir, más o menos, la clase de tipo en el que temporalmente me convertí a mediados de la primera década de este siglo y que afortunadamente ya no soy, o al menos eso quiero creer.

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