PRÓLOGO
Paul,
Cuando me preguntaste si quería
escribir este prólogo estábamos en el apartamento que ocupas en el centro de
París. Los lugares en los que te instalas parecen siempre celdas monásticas. Un
escritorio, un ordenador, unos cuadernos, una cama con un montón de libros que
yacen a su lado. Es extraño estar en tu casa sin estar en mi casa; eres la
persona con la que he pasado más tiempo
en mi vida y ese afecto, extraño y familiar al mismo tiempo, sigue siendo un
enigma para mí, como un sentimiento a medio camino entre el placer y el dolor,
o más bien ambos a la vez. Eso debe de ser la nostalgia.
Me preguntaste si iba a escribir
este prólogo y no me lo pensé antes de responder que sí. Vivíamos juntos cuando
empezaste a escribir estas columnas para el periódico Libération, y después de
separarnos continuaste enviándome tus textos para que siguiera leyendo tu
francés. Todos sabemos que Libération podría muy bien ocuparse de ello. Pero
esa era una forma de conservar un vínculo. Para mí, una manera de seguir
viviendo en tus palabras, de no perder el hilo de tu pensamiento.
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