1972
Colorado Springs, Colorado
Hermano y hermana salen juntos de
su casa, cruzan la puerta corredera de cristal de la cocina y acceden al jardín
trasero, Forman una extraña pareja, Donald Galvin tiene veintisiete afios, los
ojos hundidos en la cara, lleva la cabeza afeitada por completo y luce en el
mentón la sombra de una incipiente barba desaliñada de aires un tanto bíblicos.
Mary Galvin tiene siete años, la mitad de la estatura de su hermano, el cabello
rubio platino y la nariz chata.
La familia Galvin vive en Woodmen
Valley, una extensión de bosques y granjas encajada entre las pronunciadas
pendientes y los altiplanos de arenisca de la zona central de Colorado. Aquel
patio trasero huele al dulzor de los pinos, fresco y terroso. Allí cerca, los
arrendajos azules y los juncos vuelan disparados por el jardín rocoso donde un
azor llamado Atholl, la mascota de la familia, observa y vigila desde una “muda”,
un recinto que el padre de los Galvin construyó hace años. La pequeña va
delante, y así, hermano y hermana dejan atrás la muda de Atholl y ascienden por
un pequeño promontorio de rocas cubiertas de líquenes.
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