Un tal González, Sergio del Molino, p. 176
José Luis Balbín, director de informativos de TVE y del programa La clave, llevaba desaparecido desde el viernes, cuando la cadena suspendió la emisión programada. La clave era un debate de actualidad en directo que marcaba el tono de la semana y se había convertido en una especie de crónica dialogada de la transición. Primero se emitía una de esas películas que el franquismo había censurado y, después, un elenco de intelectuales, hombres públicos e incluso prohombres, discutía como si, en vez de espectadores, al otro lado de la cámara hubiera alumnos del College de France. La imagen de Balbín fumando en pipa en el centro del plató era para algunas familias tan tutelar como un diosecillo doméstico romano. No se podía borrar de la pantalla sin que saltasen las alarmas en todo el país. Algunos periodistas se preguntaban si ETA lo había secuestrado, y otros intentaban confirmar un secreto a voces en la profesión: que el gobierno había censurado el programa.
El País y Diario 16 pedían esa mañana la destitución de José María Calviño. El País ironizaba sobre la vocación teatral de Alfonso Guerra: «Balbín y Calviño se habrían dedicado estos días a interpretar los papeles estelares de El enfermo imaginario y Tratufo, adaptadas en esta ocasión por Alfonso Guerra, con el fin de cubrir la agresión más estúpida, hipócrita y grosera perpetrada contra los principios que animan el Estatuto de TVE». Diario 16, con el estilo más gritón de Pedro J. Ramírez, tiraba por el melodrama: «Es doloroso decir que el PSOE hace con la televisión todo lo contrario de lo que debería, cuando tanta ilusión se había puesto en su gestión. Pero los hechos son los hechos y la verdad es que, hoy, Guerra, Calviño y Balbín están matando, con su abuso y su incapacidad, la escasa libertad que quedaba en televisión y construyendo en su lugar otro instrumento de acción --de represión- política».
Como en las mejores tragedias históricas, la tormenta empezó en un vaso. Se cumplía el primer mandato de los nuevos ayuntamientos democráticos y, antes de las nuevas elecciones, en La clave plantearon un debate sobre cómo había cambiado el poder municipal en España, copado por la izquierda. En la nómina de invitados estaba Alonso Puerta, que había sido secretario general de la federación socialista madrileña y segundo de Tierno en el ayuntamiento de Madrid. En 1981 hubo un asunto feo a cuenta de unas adjudicaciones que Puerta no vio claras y, en las discusiones internas del partido, este acabó expulsado del mismo. Para entonces, Puerta era un disidente ruidoso que se había aliado con los restos del PSOE Histórico, refundado en las siglas de PASOC. Al alcalde de Madrid no le gustó que su enemigo tuviera un hueco en la televisión y, en una cena con José Luis Balbín, se lo dijo. Este, a su vez, se lo transmitió a Calviño.
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