La lección de anatomía, Marta Sanz, p. 105
La tía Pili, como la tía Maribel,
como la abuela Juanita, también venía a visitarnos a Benidorm en su periodo de
la magnificencia buena. El día que ahora rememoro está en nuestro piso,
disfrutando de las vacaciones de verano. Abajo se oyen los berridos de los
muñecos llorones y de las castañuelas que no dejan de repicar en las tiendas de
souvenirs, como reclamo para atraer a los turistas. Las tiendas de souvenirs
son otra enumeración caótica dentro de Benidorm como enumeración caótica en sí
misma: gitanas, instrumentos musicales, flotadores, gafas y tubos de bucear,
toallas, figuritas, bañadores, peluches, llaveros, petacas, cassettes,
delantales graciosos, cremas para el sol, ensaladeras y bandejas, gorritos,
túnicas, alimento para peces, semillas y bulbos. Desde la terraza, observo
hipnotizada las mercancías. Los objetos me llaman, me están llamando, y yo
utilizo malas y buenas artes para que quienes pasan por mi casa me compren una
gitana, una colchoneta o un llorón. Casi nunca lo logro porque, cuando por fin
un pariente se enternece, se pone los pantalones y va a bajar a la tienda de
souvenirs llevándome de la mano para que yo elija lo que más me guste, mi madre
me boicotea.
-Ni se te ocurra comprarle nada.
¿Tú has visto cómo tiene la habitación?
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