Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL PRECIO DE VUESTRA NORMALIDAD ES NUESTRA MUERTE


Un apartamento en Urano, PB Preciado, p.271

La batalla legal de Gaetan Schmitt para ser declarado de «sexo neutro» y la importante circulación del documental Ni fille ni garçon, que sigue la trayectoria, entre otros, del activista Vincent Guillot, han acercado al debate público en Francia las demandas de los movimientos intersexuales. Si los años sesenta fueron el momento de la emergencia de los movimientos feministas y homosexuales, podríamos decir que el nuevo milenio se caracteriza por la visibilidad creciente de las luchas trans e intersexuales. Se abre así la posibilidad de configurar una segunda revolución sexual transfeminista, no estructurada en forma de políticas de identidad, sino construida a través de las alianzas de múltiples minorías políticas frente a la norma.

Nuestra historia de la sexualidad es tan increíble como un relato de ciencia ficción. Después de la Segunda Guerra Mundial, la medicina occidental, dotada de nuevas tecnologías que permiten acceder a diferencias de los seres vivos que hasta entonces no eran visibles (diferencias morfológicas, hormonales o cromosómicas), se confronta con una realidad incómoda; existen, desde el nacimiento, cuerpos que no pueden ser caracterizados simplemente como masculinos o femeninos: penes pequeños, testículos no formados, falta de útero, variaciones cromosómicas que exceden XX/YY ... Bebés que ponen en jaque la lógica del binarismo. Se produce entonces lo que en la terminología de Thomas Kuhn podríamos llamar una crisis del paradigma epistémico de la diferencia sexual. Hubiera sido posible modificar el marco cognitivo de asignación sexual, abriendo la categoría de lo humano a cualquier forma de existencia genital. Sin embargo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. Se declara «monstruoso », «inviable» y «discapacitado» al cuerpo genitalmente diferente, sometiéndolo a un conjunto de operaciones quirúrgicas y hormonales que buscan reproducir la morfología genital masculina o femenina dominante.

Los macabros protagonistas de esta hisroria (John Money, John Hampton y Andrea Prader) no son ni físicos nucleares ni militares. Son pediatras. A partir de los años cincuenta se generaliza el uso de la «escala Prader» ( un método visual que permite medir lo que denominan «la virilización anormal de los genitales» en los bebés estudiando la longitud y la forma de los órganos) y el «protocolo Money» (que indica los pasos que hay que seguir para reconducir un bebé intersexual hacia uno de los dos polos del binario, masculino o femenino). Se impone  como rutina hospitalaria la mutilación genital de los bebés considerados como intersexuales. Si diversas convicciones religiosas practican rituales de marcado y mutilación genital (clitiderictomía, circuncisión ... ) que el Occidente supuestamente civilizado declara como bárbaros, ese mismo discurso racional acepta como necesaria la práctica de violentos rituales científicos de mutilación genital. Aquella ciencia ficción porno-gore de los años cincuenta es hoy nuestra arqueología anatómica común.


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