Desde hace tiempo es habitual que
los barcos a vapor de la North German Lloyd, que transportan pasajeros de
Bremen a Nueva York, fondeen durante unas horas en el tranquilo puerto de
Southampton, donde el cargamento humano recibe considerables adiciones. Hace
algunos años, un joven y despierto alemán, el conde Otto Vogelstein, dudaba
sobre si censurar o aprobar dicha costumbre. Apoyado sobre la barandilla de
cubierta del Donau observaba con curiosidad, tedio y desdén, a través del humo
de su cigarro, cómo los pasajeros americanos (la mayoría de los viajeros que
embarcan en Southampton son de dicha nacionalidad) cruzaban el pantalán y eran
engullidos por la enorme estructura del barco
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