Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

FAULKNERIANA

De Luz de agosto de WFaulkner, p.84 (Galaxia)
Pero la ciudad no creía que las damas hubiesen olvidado los misteriosos viajes a Memphis, con una finalidad en la que todas estaban de acuerdo.  Sin embargo, nadie dijo nada, nadie expresó su opinión en alta, porque la ciudad estaba segura de que las mujeres honestas nunca perdonaban tan fácilmente las cosas, ni las buenas ni las malas, y porque no quería que el gusto y el sabor del perdón desapareciesen del paladar de su conciencia. Porque la ciudad creía que las damas sabían la verdad, porque también creía que, si las mujeres culpables pueden engañarse en materia de pecado, ya que ocupan buena parte de su tiempo esforzándose en no ser sospechosas, las mujeres honestas, por el contrario, no pueden engañarse, porque, al ser honestas por sí, no tienen que preocuparse de la propia honestidad de la de las demás y, por consiguiente, disponen de mucho tiempo para olfatear el pecado. Ésa es la razón -según creía la ciudad- de que el bien pueda engañarlas casi siempre haciéndolas creer que es el mal, mientras que el mal verdadero nunca puede engañarlas. Así que cuando, al cabo de cuatro o cinco meses, la mujer del pastor se ausentó de nuevo, cuando marido dijo de nuevo que había ido a ver a su familia, la ciudad pensó que, por una vez, ni siquiera el marido había sido engañado. Fuese como fuese, la mujer volvió y él siguió predicando todos los  domingos como si nada hubiera ocurrido y visitando a la gente y a los enfermos, y hablando de su iglesia. Pero la mujer no asistió más al templo y las señoras dejaron enseguida de visitarla, de ir a la casa rectoral. E incluso los vecinos de enfrente dejaron de verla alrededor de la casa Y poco tiempo después era como si ella ya no estuviese allí como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en que ella no estaba allí y en que el pastor nunca había estado casa do. Y él seguía predicando Jos domingos y ya no les decía que ella había ido a visitar a la familia. La ciudad pensó que acaso era feliz. Que acaso era feliz por no tener ya que mentir.

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