Hace unos años comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil.
Mi idea, al inciar este libro contra ka vida extraña y hostil, es obrar de forma parecida a la del vagabundo de Fez, es decir, intentar orientarme en el laberinti del suicidio a base de marcar el itinerario de mi propio mapa secreto y literario y espera a que éste coincida con el que tanto atrajo a mi personaje favorito, aquel romano de quien Savinio en Melancolía hermética nos dice que, a grandes rasgos, viajaba en un principio sumido en la nostalgia, más tarde fue invadido por un atristeza muy humorística, buscó después la serenidad helénica y finalmente -"Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal", decía Rigaut- se dio digna muerte a sí mismo, y lo hzo de una manera osada, como protesta por tanta estupidez y en la plentiud de una pasión, pues no deseaba diluirse oscuramente con el psao de los años
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