Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EXTRACTOS DE "NO FICCION" DE VICENTE VERDU

NO FICCION / VICENTE VERDU
EXTRACTOS
Recordaba a Borges, al final de su vida, confesando “he cometido el error de no ser feliz” y yo venía siguiendo esa ruta. El cultivo de lo peor, el miedo al miedo, la consideración de la mala saludo como un estado natural, el temor a ser dichoso, la negación de la tranquilidad como un estado superior, el mantenimiento de la tensión como actitud valiosa, la cobardía para encarar la felicidad y el temor para exhibirla, la falta de una buena disciplina para vencer la tentación de refugiarse en una madriguera de dolor, fue haciendo un cosmos en torno a mí y dentro de mí.
p.63
Si Céline sirve para algo es sobre todo para entender que el libro resultará importante o sólo necesario para el autor y acaso no será necesario para nadie más no ya como individuo sino como sujeto (sujeto) de la creación. Actuando para sí la vana mirada de sí mismo, sólo ante el Ojo de Dios, el Ojo Total en cuya invisibilidad sin fin se agazapa el yo genuino. Al final de su vida, escribía Matisse: “En el arte, lo real comienza cunado uno ya no comprende lo que hace, y cuando permanece en una energía demasiado fuerte para ser contrariada… Hace falta presentarse con la mayor humildad, todo blanco, todo puro, el cerebro aparentemente vacío”. Transparente y azulado en la plena combustión del yo.
p.140
Se llega a un punto, un recodo crucial, tras el cual se encara la recta final y la felicidad se paraliza. Se llega a una cota en que, como decía Barudillard, se habrá consumido el destino y la supervivencia consistirá en una previsible y atartalada sucesión de los días. Desde la infancia a la vida adulta se vive una vida en la que bullen novedades más o menos sorprendentes, pero después, poco a poco, el devenir se ablanda y habiendo ya escogido su arbotante tiene prisa por afianzarse más. El destino irá petrificándose con un trazo definitivo hasta llegar a un estadio en que las circunstancias se repiten de una jornada a otra y así hasta que la muerte aparezca por acumulación, sin drama, como una consecuencia que salva a la pesantez de la tabarra definitiva.
Pero ¿puede asumirse entonces el deseo de morir? En medio de la debilidad el deseo de morir se insinúa en el anquilosamiento, en el dolor mismo de la vista que no consigue asomarse con el placer a una u otra cosa. En ese estado, incapacitado, muchos experimentan el deseo de morir a la manera que uno pide al final del día irse a la cama.
Este deseo, inconcebible cuando se es joven porque parece una imposición impertinente, se revela de la propia condición y hasta de nuestra bendita propiedad cuando domina el resto duro en el que hemos venido a convertirnos. Ese resto nada tendrá ya que ver con nuestra vistosa personalidad y acabar con él será más fácil que acabar con uno en un momento altivo. Pensar en su final es más simple e indoloro que pensar en nuestro final cuando nosotros éramos aquellos personajes que conocimos. Porque, gradualmente, el último tramo de nuestras vidas tiende a no representarnos y así nos procura la biología y hasta la fotografía un desprendimiento más sereno y natural.
p.197

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