Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PINOCHO


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 84
2. Literatura moral. A mí me importa poco que la anterior objeción y en parte también esta que viene ahora pongan en cuestión la posibilidad misma de una literatura para niños como un tipo específico y bien diferenciado. Si no puede existir, pues que no exista; no hay sino que regocijarse de que no exista algo cuya existencia sólo es posible en la degradación. La  intención era) así pues, el segundo de los pesares del Pinocho. La literatura moral, esto es, la literatura que tiene por intención la de llevar una determinada convicción a la conducta, tiene ya desde antiguo sus propios géneros, desde las éticas de los filósofos hasta los libros de máximas o de aforismos, pasando por los de reflexiones o meditaciones acerca de este mundo y sus postrimerías; pero no pocas veces se han intentado habilitar otros géneros para ese mismo objeto. El teatro, la poesía o la narración con intención moral no son nada insólito, mas no por eso dejan de ser la máxima inmoralidad literaria. La narración debe ser amoral, como lo es su propio objeto: la evocación de un acontecer; toda otra intención que no sea ésta es advenediza y bastarda en sus entrañas. Claro está que esto no es más que un principio y, como todos los principios, puede ser transgredido; más para transgredir sin menoscabo del producto resultante, para hacer una gran obra espuria, se requiere un destello de talento excepcional. Collodi no lo tuvo en modo alguno.
La novela moral es literariamente inmoral en la medida en que la intención bastarda se interfiere con la intención legítima; esto es, en la medida en que para servir a la ejemplaridad siempre se manipulan, quiérase o no) de uno u otro modo, los acontecimientos. Se dirá que el Pinocho es una narración fantástica y que, por lo tanto, no ha lugar a hablar respecto de ella de manipulaciones. Poco entiende del arte y de la fantasía quien piense que lo fantástico no puede ser manipulado por ser ya ello mismo, enteramente, puro producto de manipulación. La obra fantástica, exactamente igual que la naturalista, tiene sus propios fueros de coherencia, más estrechos, si cabe, que los de ésta, en virtud de su propia libertad. Y aquí que nadie me provoque desplazándome ad hoc la imagen del manipular, porque entonces diré que aún la llamada realidad es ya ella misma, en ese caso, otro producto de manipulación.

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