Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL LEÓN DE LYON


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 230
Habiendo caído yo una tarde de domingo hace más de treinta años, y por las más indiferentes, inertes y azarosas circunstancias, en el solitario y bastante abandonado zoo de Lyon y habiéndome parado aburridamente a contemplar -acaso sólo por la arraigada rutina de una antigua deferencia, por un ya vacuo y formulario resto de respeto y cortesía hacia el que en otro tiempo por no menos que por Rey de la selva solía vender su vida-, y en exclusiva compañía de un francés desconocido, que en ostensible actitud de no menor nonchalance lo miraba, al león en su jaula, vimos ambos de pronto, por entre los arbustos que nos separaban de los barrotes tras los que la fiera levantaba el hondo y prolongado bostezo de sus fauces hacia el gris del domingo provinciano, deslizarse, espléndida de gracia, de sigilo y de libertad, una gran rata; a su vista, a los dos se nos iluminó de golpe y simultáneamente la mirada, y la voz del francés rompió, llena de júbilo, el hasta aquel instante melancólico silencio, exclamando en voz alta, y tanto para mi como para sí mismo: «Oh! Quel beau  rat!». Yo, que jamás he sido capaz de superar mi timidez y mi torpeza para chapurrear en francés ni tan siquiera una frase tan sencilla como “Bien sur, pardieu! Vous avez dit fort juste!”, no pude sino mirarlo con una sonrisa de plena aprobación, como asintiendo de todo corazón a sus palabras, pues en verdad que había acertado con ellas a expresar lo que yo mismo, ante la inopinada aparición, indiscernidamente había sentido: que el león no era allí más que un pobre pensionado del Ayuntamiento de Lyon, subvencionado para representar a una presunta Naturaleza, a la que, por lo demás, a causa de esta misma circunstancia, mal podía ya, en verdad, representar, y que naturaleza, en todo caso, no era allí sino lo que había traído y había hecho surgir y campear por un momento ante nuestros ojos la admirable rata que, imprevista, inconsentida, indeseada y hasta prohibida, había cruzado por delante de él.

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