Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SHERWOOD ANDERSON


León en el jardín, William Faulkner, p. 176

FAULKNER: Vaya, pues era una de las mejores personas, de las más agradables que he conocido en mi vida. Era mucho mejor que todo lo que escribió. Con esto quiero decir que era una de esas figuras trágicas que sólo tenían un libro dentro, en su caso, Winesburg, Ohio. Escribió eso y luego descubrió que eso era todo, y he aquí otro caso de alguien que murió demasiado tarde, porque siguió tratando de volver a escribir Winesburg ... y eso fue todo. En mi opinión, Winesburgdebería haberle bastado para toda la vida, debería haberse conformado con eso. Le conocí por casualidad. En aquella época, yo no había pensado en serio dedicarme a escribir. Trabajaba para un contrabandista dé licores: eran los tiempos de la prohibición en América y se traía una especie de ron crudo de las Antillas para transformarlo en whisky escocés o en ginebra o en lo que se quisiera. Yo estaba ... Yo estaba a cargo de un barco que recorría el golfo de México para traer el ron con el que se hacía el whisky embotellado. En aquellos tiempos, no precisaba mucho dinero y me pagaban cien dólares por viaje, que era un montón de dinero en 1921, así que luego me dedicaba a holgazanear hasta que me volvía a quedar sin blanca, y escribía. Entonces conocí al señor Anderson. Solíamos quedar por la tarde, dábamos una vuelta por la ciudad, charlábamos con la gente, él hablaba y yo escuchaba. Luego, por la noche, volvíamos a quedar, íbamos a cualquier sitio, tornábamos copas y conversábamos hasta la hora de irnos a la cama. A la mañana  siguiente, él se quedaba en casa escribiendo. Volvíamos a vernos por la tarde y otra vez por la noche, pero por las mañanas, se quedaba en casa escribiendo y pensé que esa forma de vida era tan agradable o más que la mejor que se me pudiese ocurrir y que si era así como se vivía siendo novelista, intentaría serlo yo también. Así que escribí un libro titulado La paga de los soldados. En cuanto empecé, descubrí que escribir era divertido y me dediqué por entero a la novela, de día y también de noche. Me pasé así tres o cuatro semanas sin ver al señor Anderson y un buen día se presentó en mi casa, era la primera vez que venía a visitarme, y me dijo que llevaba tiempo sin verme, y le expliqué que, bueno, que estaba escribiendo un libro. Y entonces me dijo: «Te propongo un trato. Cuando lo termines, si no me obligas a leerlo, le diré a mi editorial que lo publique». Así que dije que [de acuerdo]. Acabé la novela, Anderson le pidió a su editor que la publicara y la editorial la aceptó: así es cómo me convertí en escritor. Pero era un hombre encantador. Él, salvo por esa tragedia suya, era un hombre de éxito tal corno eso se entiende en América. Su error consistió en ... Se dedicaba al negocio de los seguros y, de repente, decidió que quería ser autor, un artista. Renunció al éxito en los seguros, abandonó su hogar, tenía familia, lo dejó todo para ser escritor. Escribió ese único libro y ya no hubo más y en eso consistió su tragedia. Había alcanzado el éxito y renunció a él. Me refiero al éxito en el sentido americano, renunció a eso, y luego sólo pudo escribir un libro. Es muy triste. Pero creo que Winesburg es una obra excelente, me parece que [El triunfo del huevo] es una obra espléndida –algunos de los cuentos, de los relatos cortos-, pero después de eso, empeoró sin parar, aunque lo intentó y lo intentó reiteradamente, esa fue su tragedia. Y creo que de eso es de lo que murió.


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