Cuchillo, Salman Rushdie, p. 21
En mí novela Ciudad Victoria los
primeros reyes del imperio indio de Bisnaga aseguran ser descendientes del dios
Luna y, en consecuencia, formar parte de la llamada «estirpe lunar», entre cuyos
miembros se cuentan Krishna y el poderoso guerrero Arjuna del Mahabharata. A mí
me gustaba la idea de que, en lugar de que simples terráqueos hubieran viajado
a nuestro satélite en una nave curiosamente bautizada con el nombre del dios
sol Apolo, hubieran sido divinidades lunares las que descendieran al planeta
Tierra. Estuve un rato allÍ de pie, al claro de luna, y pensé en asuntos
lunares. Por ejemplo, en la anécdota apócrifa de Neil Armstrong al poner el pie
en la luna y decir por la bajo: «Buena suerte, señor Gorsky», porque, según
parece, siendo apenas un muchacho en su Ohio natal, oyó discutir al matrimonio
Gorsky por el deseo del señor G de que le hicieran una felación. La señora
Gorsky, se dice, le respondió: «Pues tendrás que esperar a que el chico de al
lado llegue a la luna». La anécdota, lamentablemente, no era verídica, pero mí
amiga Allegra Huston había hecho una divertida película sobre el particular.
Pensé también en «La distancia
hasta la luna», un relato de !talo Calvino perteneciente a Cosmicomics, acerca
de una época en que el satélite estaba mucho más cercano a la Tierra que ahora
y los enamorados podían alcanzarlo de un salto para sus citas lunares.
Y pensé en Billy Boy, de Tex
Avery, los dibujos animados donde el pequeño macho cabrío se come la luna.
Mi cabeza funciona así, por libre
asociación.
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