Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE


Se mía, Richard Ford, p. 108

la «regla» que me enseñaron en mi curso de escritura en Michigan y que decía que insertar una muerte en algo tan frágil como un relato no estaba permitido, ya que la muerte debe tener una importancia proporcional a la vida que se acaba, y los relatos cortos, según mi profesor, no eran buenos para relatar la enormidad de la vida humana. Ese era el terreno de la novela. Y como a mí no se me daba muy bien dar una importancia desmesurada a los personajes, mi destino estaba decidido. Pero ahora, como últimamente he tenido cada vez más trato con la muerte (la muerte en mayúsculas y en minúsculas), he llegado a la conclusión de que la regla de mi profesor era errónea. No es la vida la que es casi insondable y necesita amplificación y más luz. En el caso de la vida, hay muchos datos con los que trabajar, ya que todos tenemos una. El misterio profundo y la historia real es la muerte. Pensadlo: yo lo hago a menudo, escuchando la respiración de mi hijo durante las horas trascendentes de cada noche, cuando pienso que estoy muriendo junto a él. Extrañamente, nunca he sentido que tengo menos en común con él que en estos días y semanas de su evanescencia. Aunque puedo decir que le conozco mucho mejor, nunca he tenido menos «relación», nunca he estado más a oscuras sobre cómo piensa y siente las cosas. No es tan diferente a contemplar el espacio exterior, que intentamos imaginar pero en realidad no podemos. Como dice el viejo y genial Heidegger, solo la plena conciencia de la muerte (que solo se consigue de una manera) permite apreciar la plenitud y el misterio del ser. Bla, bla.


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