Bartebly y yo, Gay Talese, p. 16
«Bartleby no muestra emoción
alguna a lo largo de la historia». Esta última apreciación no es del todo
cierta. Hacia el final del relato, Bartleby es detenido y encarcelado tras
negarse a abandonar el viejo edificio una vez ha sido despedido de su trabajo y
el despacho de abogados se ha trasladado a otro sitio. El día en que el abogado
lo visita en el patio de la prisión, se muestra insólitamente irritado.
Rechaza el saludo del abogado y
declara: «Lo conozco y no tengo nada que decirle». El silencio se extiende
entre ambos hasta que el letrado advierte la inutilidad de permanecer ahí.
Antes de abandonar el lugar, sin embargo, lleva a cabo un gesto de buena
voluntad: entrega dinero a un empleado de la cocina para garantizar que será
bien alimentado. Sin embargo, esto también se demuestra fútil, pues Bartleby se
declara en huelga de hambre y acaba muriendo de inanición en la cárcel.
El relato acaba con el afligido
abogado mencionando que más adelante recibió un informe algo vago en el que constaba
que Bartleby, antes de ser contratado como escribiente en su despacho, había
estado empleado en la Oficina de Correo no Distribuido de Washington, un puesto
que perdió con el cambio de administración. Aunque el abogado no es capaz de
confirmar la veracidad del informe, se toma un momento para imaginar lo
desmoralizante y deprimente que esta experiencia debió resultar para Bartleby,
la tarea de «trasegar sin descanso esas misivas jamás entregadas y decidir
cuáles acabarían arrojadas a las llamas».
Con todo, el abogado insiste en
que no está seguro de que Bartleby estuviera ahí destinado, a lo que se suma el
hecho de que, a lo largo del extenso relato, el lector no descubre nada acerca
de la vida privada y de las motivaciones de Bartleby.
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