Introducción
No quisiera que nadie se llamara
al engaño de conjeturar, ni por un segundo, que los tres ensayos reunidos aquí
pertenecen al campo de la iconografía, iconología o cualquier otra disciplina
de recibo en las facultades y en los departamentos de Arte. No es el caso. Son,
lisa y llanamente, esbozos de historia de la literatura, concebida, eso sí, en los
únicos términos que me han resultado sugestivos. E interesantes desde que
empecé a hacer un cierto uso de la poca o mediana razón que Dios me había dado:
historia de la literatura, concebida, pues, no como conocimiento autónomo y
suficiente, sino como dominio privilegiado -por gustoso en sí mismo y por
abierto a infinidad de otros- en una historia cabal de la cultura y aun de la
vida.
Esa historia cabal, justa y
cumplida, es, naturalmente, una utopía, pero también un horizonte
irrenunciable. Un texto digno de aprecio está siempre en una relación más o
menos estrecha y más o menos perceptible con los demás elementos del conjunto
histórico en que en cada momento se inserta; y supone, en especial, el diálogo
de unas formas y unos sentidos originarios con una cambiante sucesión de
interlocutores, desde los más cercanos -con el autor al frente- hasta los más
remotos. La tarea del historiador consiste en establecer las vías de esa
relación y las peculiaridades de ese diálogo, a conciencia de que tiene en las
manos la tela de Penélope, porque cada punto de conexión que le permita ampliar
la trama de hilos entre el texto singular y la totalidad del contexto le obligará
asimismo a reajustar la comprensión del uno y del otro.
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