0. CICATRIZ
Ahí está, dice él. Señala el
edificio más alto de la avenida, un bloque de dieciséis plantas viejo y rojizo,
con desproporcionados alerones y pequeñas ventanas que espejean bajo el sol.
Se detienen en la acera de enfrente
y alzan la cabeza para mirarlo.
Junto a las señales del abandono
-cristales rotos, persianas descabalgadas, antiguos anuncios de alquiler-, se distinguen
carteles de oficinas aún en funcionamiento: un bufete de abogados, dos
auditorías, dos asesorías fiscales, una academia de idiomas.
Como te dije. Está casi vacío,
murmura. Ella asiente en silencio. Cruzan la calle.
El interior es oscuro y está
recalentado. En el vestíbulo flota una especie de polvo en suspensión que les
hace carraspear. El color del enlosado palidece en el centro, donde debido al
uso ha perdido el brillo. Tras su mostrador de madera, el portero no les
pregunta adónde se dirigen. Los observa inmutable, masculla un saludo y
enseguida vuelve a bajar los ojos hacia un folleto de publicidad que escruta
con detalle.
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