Bartebly y yo, Gay Talese, p. 322
Al completarse Central Park en
1873, el valor de las propiedades al norte de la calle Cincuenta y nueve se
multiplicó un doscientos por cien. Entre las décadas de los sesenta y los
ochenta del siglo XIX, la población de Manhattan pasó de unas ochocientas mil
personas a más de un millón, gracias en buena medida a la afluencia de
inmigrantes. Muchos de ellos formaron parte del cuerpo de veinte mil
trabajadores del parque que aportaron el músculo necesario para desplazar las
rocas, cavar la tierra y plantar sus más de doscientos setenta mil árboles y
arbustos.
En los años precedentes, la
ciudad había expulsado a varios centenares de ocupantes ilegales y chabolistas
que llevaban mucho tiempo viviendo entre los salientes rocosos con sus cerdos y
sus cabras, lo cual abarcaba un área que se extendía desde la calle Cincuenta y
nueve a la Ciento seis, delimitada por las avenidas Quinta y Octava. En las
fases finales de su construcción, el extremo norte de Central Park llegaba
hasta la calle Ciento diez y su alcance era de trescientas cuarenta y un
hectáreas. Durante las tardes de invierno, los visitantes patinaban en lagos
que antaño habían sido pantanos.
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