Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

El problema de Lanzmann


No callar, Javier Cercas, p. 500

Como muestran sus memorias, Lanzmann es un personaje de una vanidad indescriptible, capaz de afirmar sin morirse de vergüenza que Shoah es un filme insuperable, o que no es un filme sino un monumento; en suma: Lanzmann debería legar su ego a Oxford para que los sabios lo estudien. Que este hombre sea el responsable de las diez horas prodigiosas de humildad y respeto por la verdad del Holocausto que integran Shoah constituye uno de esos misterios paradójicos en los que abunda la historia del arte; que tantos críticos y académicos hayan acatado sin rechistar los delirios de su egolatría constituye un misterio sin más. Porque lo cierto es que, aunque sea un acontecimiento monstruoso, el Holocausto no es un acontecimiento excepcional, casi sagrado: es un acontecimiento humano, histórico, y como tal susceptible de ser representado por el cine. Puede hacerse bien o mal: uno puede abominar, como Lanzmann, del sentimentalismo edulcorado y demagógico de La lista de Schindler o de La vida es bella (aunque a Imre Kertész, que a diferencia de Lanzmann estuvo recluido en Auschwitz, la película de Benigni le gustó); pero eso no significa que no pueda hacerse. Nemes demuestra que puede hacerse, y además muy bien. ¿Cómo? Explotando a fondo una de las verdades centrales del cine ( o de la novela): la verdad de la elipsis, según la cual todo el arte narrativo consiste en saber callar a tiempo, en comprender que un silencio vale más que mil palabras y que cuanto menos dices o muestras de algo, mejor puedes representarlo. Es lo que hace El hijo de Saúl. La película cuenta la historia de un miembro de un sonderkommando -un deportado judío elegido por su fortaleza física para mantener en funcionamiento la industria de la muerte de las cámaras de gas- y la cuenta ateniéndose al punto de vista estricto del protagonista; esto significa que el espectador percibe solo lo que el protagonista puede percibir y que es él quien reconstruye el espanto de Auschwitz a partir de fragmentos inconexos: cuerpos desnudos, sangre, gritos, disparos. Así, el horror no se presenta de forma directa, sino indirecta; así, el Holocausto no ocurre en la pantalla, sino en la imaginación del espectador.


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