El huerto de Emerson, Luis Landero, p. 131
En aquellos tiempos, mientras las mujeres iban y venían, los
hombres se ocupaban de los temas propios de su rango, que eran siempre graves,
arduos y trascendentes, y que por eso precisaban de largas reflexiones, de
hondas y lentas chupadas al cigarro, de resoplos y de suspiros, y de mucho cabecear
y removerse en la silla y derramar la mirada en el suelo. Bajo el peso de tan
grandes cuestiones, parecían titanes encadenados que se debatían contra los
designios de alguna poderosa deidad, en tanto que las mujeres andaban como flotando
y resolviendo problemas con su varita mágica, sin necesidad de aquellas
interminables y amargas sentadas pensativas.
Los hombres se ocupaban del porvenir, que era siempre
incierto, en tanto que las mujeres vivían correteando por el presente, siempre
ligeras y siempre laboriosas. Es más, si las mujeres sacaban tiempo para todo,
a los hombres les ocurría que la vida entera les resultaba demasiado breve para
llevar a cabo sus proyectos, de tan ambiciosos como eran, y que por tanto no
merecía la pena intentar siquiera realizarlos, sino que era mejor pasar
directamente a los lamentos y entregarse sin más a la melancolía de lo que pudo
haber sido y que, por cosas del destino, por pura mala suerte, se quedó en
ilusión, en humo, en sueño, en nada.