Testo yonqui, Paul B. Preciado, p. 197
En 2005, con ocasión del Mundial de fütbol, el Gobierno alemán de Angela Merkel, en un intento de activar la fordización de la industria sexual, da luz verde a la construcción de Artemis, un prostíbulo multimedia de tres mil metros cuadrados situado a tres estaciones de metro del Estadio Olímpico de Berlín. El edificio, cuyo interior ha sido decorado según una estética que los promotores definen como «digna de Las Vegas», tiene cuatro pisos y cuenta con piscina, varias saunas y dos salas de cine, así como con habitaciones suficientes como para dar cita simultáneamente a setenta trabajadoras sexuales y seiscientos clientes. El argumento del Gobierno alemán revela los fundamentos del capitalismo farmacopornográfico actual: «Es necesario ofrecer a los cuatro millones de aficionados que se desplazarán a Berlín para el Mundial el mejor servicio sexual, del mismo modo que se les ofrecerán las mejores prestaciones en términos de hostelería, restauración, servicios culturales y de comunicación» (artículo en Le Nouvel Obsevateur, 4-10/05/2006: 13). Señalemos,simplemente de paso, que el burdel como institución estatal, como un servicio público propuesto por el Gobierno a los ciudadanos o visitantes de la ciudad, no es en absoluto una invención de Merkel, sino una estructura que persiste desde la urbe de la Edad Media hasta los emplazamientos coloniales del siglo XX. Así, por ejemplo, en 1434 la municipalidad (alemana/ austrohúngara) de Berne pone los burdeles públicos a disposición del emperador Segismundo y de su corte durante su visita a la ciudad. A pesar de las diferencias entre el burdel paleourbano de Berne y el gran supermercado del sexo Artemis, ambos parecen decisivos para el desarrollo económico de la farmacopornópolis moderna. Este burdel futbolístico se sitúa, asimismo, en una genealogía de burdeles multimedia iniciada por los clubes y hoteles Playboy en Estados Unidos a finales de los años cincuenta según la cual el edificio-burdel se transforma en un espacio de producción, consumo y distribución de signos audiovisuales pornográficos y de servicios sexuales, funcionando como una «heterotopía», por recoger el término de Foucault: un espacio de excepción politicosexual en el que dominan leyes y valores en aparente (y solo aparente) contradicción con los del espacio público dominante.
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