Calendario sin fechas, Josep Pla, p. 115
Desde mi pequeño balcón veo cómo riela la luna llena sobre la bahía de Cadaqués. La estela de la luna entra por la boca de la bahía y viene a morir a la playa. A ambos lados del vivo chorro de plata quedan dos zonas de sombra en las que el mar, negruzco, oleaginoso, inmóvil, parece planchado. La claridad lunar inunda el aire y pone sobre los montes circundantes una vaguedad irreal. Sobre las pizarras negruzcas, la luz ensoñada parece hormiguear. Sobre el encalado de las paredes, da un color de marfil desvaído, como un blanco enfermizo, morboso, exangüe. El pueblo parece suspendido en un éxtasis, parece flotar en el aire, y todo está como inmerso en un ensimismamiento detenido, absolutamente parado, obsesionante. El cabrilleo sobre el mar tiene zonas de luz viva y rutilante en las que millones de pequeños destellos producen como un cosquilleo febricitante; en otras, la luz cae sobre el agua como un desmayo, el meandro luminoso queda como desfibrado y mate, y se ve el lento balanceo de la luz sobre el agua. Fuera de la bahía, en el horizonte, la luz de la luna produce una atroz sensación de soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario