Todo empezó con un fax
Biscuter había solicitado
audiencia, y, a pesar de la desganada respuesta de Carvalho, «¿necesitas
audiencia para hablar conmigo?», la petición de encuentro formal siguió su curso,
y allí estaban, a uno y otro lado de la mesa, Biscuter con la arqueada ceja de
las grandes ocasiones y la lengüecita lubrificando los labios para el mejor
deslizarse de palabras prometidas difíciles.
-A usted, jefe, le falta
modernidad.
Ya estaba dicho y oído. Carvalho
procesó mentalmente la frase sin quitarle ojo a Biscuter, pero también sin
invitarle a continuar. De nada sirvió.
-Le falta modernidad y un mayor
dinamismo en todo lo que hace. La modernidad debería conseguirla mediante la renovación
del utillaje y el dinamismo gracias a un mejor aprovechamiento de los recursos
humanos de que dispone. Se habrá preguntado usted de qué utillaje me habla este
tío, de qué recursos humanos. Lógica la pregunta, porque en este despacho no
hay otro utillaje que el teléfono, ni otro recurso humano que usted mismo. Se
pasa todo el día hablando de la crisis, de la no función del detective privado
en una sociedad tan cínica como ésta. Pero usted no hace nada para cambiar esa
situación. ¿ Se ha anunciado alguna vez como detective? ¿Sabe usted qué es un
fax? ¿Un ordenador? ¿El CD Rom? ¿Internet? ¿Tiene alguna idea de cómo podría ayudarle
un control de las autopistas de la información? No me conteste y déjeme hablar.
Desde que estuve en París en 1992 para seguir aquel curso sobre sopas, mi
horizonte mental ha cambiado.
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