Más intervenciones, Houellebecq, p. 131
En el enunciado de sus preguntas,
percibo una sutil invitación a defender propuestas políticamente incorrectas,
probablemente destacando pulsiones sexuales que supuestamente recorren la
infancia; pero es un camino que no voy a tomar. En realidad, las pulsiones de
la infancia no existen; son un invento puro y duro. En todos los casos que los
medios de comunicación relatan con tanta complacencia, el niño es completa y
absolutamente una víctima. Aun así, esta insistencia en la pedofilia y el
incesto tiene algo de tranquilizador: el pedófilo me parece el chivo expiatorio
ideal de una sociedad que organiza la exacerbación del deseo sin procurar los
medios para satisfacerlo. En cierto sentido es normal (la publicidad, la
economía en general se basan en el deseo, y no en la satisfacción); sin embargo,
me parece útil recordar una verdad obvia: en las condiciones actuales de la
economía sexual, el hombre maduro quiere follar, pero ya no tiene posibilidad
de hacerlo; ni siquiera tiene realmente derecho a ello. Así que no es tan
sorprendente que la emprenda contra el único ser incapaz de ofrecer
resistencia: el niño.
El pedófilo ideal tiene cincuenta
y dos años. Está calvo, ha echado barriga. Ingeniero comercial de una empresa
en apuros, suele vivir en un extrarradio semirresidencial, en mitad de una zona
siniestra; y no tiene ningún sentido del ritmo. Casado desde hace veintisiete
años con una mujer de su edad, es católico practicante y honrado conocido de
sus vecinos. Su vida sexual está lejos de ser un espectáculo de fuegos
artificiales.
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