La figura del mundo, Juan Villoro, p. 177
Toda biblioteca narra la vida de una mente. Walter Benjamín reflexionó acerca del proceso de autoanálisis que significa desempacar los libros en una mudanza. Revisar en desorden los títulos que normalmente se mantienen en clasificado reposo significa poner a prueba cada adquisición. ¿Por qué nos hicimos de cada uno de ellos? ¿De qué modo esos volúmenes nos representan? ¿Los merecemos más allá de su prestigio decorativo? El siguiente paso, volver a acomodar a los autores, pone en juego otra forma del juicio; no en balde, Borges señaló que ordenar una biblioteca es ya un modo de ejercer la crítica literaria.
Resulta casi imposible escribir
sin disponer de cierto número de libros. Para realizar una obra, no es
necesario tener volúmenes cuidadosamente encuadernados en piel de tiburón, pero
incluso el menos libresco de los autores requiere de ocasional contacto con los
talismanes del oficio.
Robert Musil, que nunca vivió en
condiciones que le permitieran contar con un buen baño, estaba lejos de tener una
gran biblioteca. Su espacio no contaba con volúmenes de consulta, muchas veces
necesarios, pero no podía trabajar en las bibliotecas públicas porque ahí
estaba prohibido fumar. En cambio, en su casa trabajaba en forma ininterrumpida
sin sucumbir a las ganas de fumar. Sus libros le servían de ansiolítico.
El "cuarto propio" que
Virginia Woolf reclama para la mujer que normalmente trabaja como intendente de
su propia casa es imprescindible para cualquiera que ejerza la imaginación al
margen de los otros. Esa habitación requiere de compañía simbólica, los tomos
empastados que pierden colorido con el sol y con los años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario