La mala costumbre, Alana S. Portero, p. 240
- Esta me la hizo un cliente mío
que se llamaba Agustín, me lo pasaba muy bien con él, estábamos en un café
cantante que se llamaba Lady Pepa, un sitio muy divertido en el que se hacía
teatro cortito y cachondo. La mitad de los maricones con dinero de Madrid iban
allí a tomarse una copa. Lo llevaba Mendizábal, el escritor de obras de teatro,
que era un mariquita graciosísimo y muy listo. Eso sí, más de derechas que el
grifo del agua fría. Si yo te contase la gente que he visto allí..., lo que
pasa es que a mí no me gusta hablar, pero, vamos, que si lo cuento me matan
como a la Marilín.
Hizo un gesto con la mano para
que me acercase y cuando consideró que estábamos a una distancia prudencial
para esquivar las escuchas del CNI, susurró: «Allí conocí yo a Fraga y ya te
digo que a su salud me compré dos o tres pares de zapatos buenos».
-¡¿Cómo que Fraga, Margarita?!,
no me tomes el pelo, que te piso el cable del oxígeno y te dejo tiesa.
-Sí, señora. Fraga, Manuel Fraga,
el ministro, más malo que una diarrea con tos y guarrísimo.
Imaginarme a Fraga con la pestaña
puesta y lamiendo tacones travestís me lo humanizaba un poco, tuve que
recordarme que era un cabrón sanguinario para no dejarle entrar al salón de la
dignidad.
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