Cuentos negros, Manuel Vázquez Montalbán, p. 156
-Me parece que no lo habrás comido
nunca y es difícil de traducir del catalán. Galtes, galtes de pare. Son las
mejillas del cerdo, rellenas de foie, carne picada, trufa, exquisitas. Pero
tienes apellido judío. ¿No pruebas el cerdo? Te gustará.
Como no hay respuesta, Carvalho
termina su tarea, saltea las galtes en aceite, le añade vino blanco,
sazonamientos, un vaso de caldo. Deja que el comistrajo cueza a fuego lento,
vuelve al living comedor, no está Gilda. Enciende la chimenea, valiéndose de La
verdad sobre el caso Savolta de un tal Eduardo Mendoza, un escritor con
apellido de delantero centro, al que había visto en la tele hablando de los privilegios
de la edad. Había cumplido los cincuenta años el escriba y tenía los cojones de
referirse a los privilegios de la edad. Carvalho contempló melancólicamente las
llamas que asaban a los personajes de la novela, Lepprince, María Coral,
Pajarito de Soto, Cabra Gómez, el comisario Vázquez, Miranda, Cortabanyes, no
somos nada, Mendoza, a partir de los cincuenta ya lo somos todo, es decir,
nada. Privilegios de la edad. Unas manos de mujer se posaron en sus hombros,
Carvalho las retuvo y levantó la cabeza hacia ella.
-Casi no me acordaba de cómo era
una mujer.
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