Cuentos negros, MV Montalbán, p. 229
Por aquí pasaron durante la
guerra personajes legendarios: Saint-Exupéry que consideraba a Portugal un
Paraíso Triste, el actor Leslie Howard que murió cuando el avión de regreso a
Londres fue saboteado por los alemanes y, como tercera propuesta, Laurence
Olivier y Vivien Leigh que vinieron con motivo del estreno de Rebeca de
Hitchcock, el ex rey Carol de Rumanía que se pasaba muchas horas en las
librerías de viejo, nunca supe por qué. Ésta era una ciudad triste, con poca
luz y pocos alimentos para las clases populares, pero con muchos exilados de
renombre que vivían en los hoteles o en las villas de Estoril y Cascais y
especialmente interesante por el tráfico de judíos fugitivos de la Europa
progresivamente ocupada por los nazis. De la salida de los judíos se ocupaba en
particular el American Distribution Committee o la Hiram, el primero muy ligado
a la primera dama de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt, enemiga feroz de
Salazar pero, sobre todo, de Franco. Por aquí pasaron en aquellos años Keynes, Jean
Renoir, Graham Greene, Mircea Eliade, Alexander Alehkin, Stefan Zweig, Max
Ophuls, Ian Fleming, Edward G. Robinson, gentes en busca de ciudades
fronterizas. Los espías nos lo pasábamos muy bien en aquella Lisboa a media luz
o en los casinos, tan a media luz que estaba llena de comunistas exilados que
trataban de salir hacia Londres o América y se citaban en las librerías del
Chiado o tenían conexiones con dos centros británicos, el Estrela Hall y el Gimnasio
Terraja. Todos nos espiábamos a todos y en definitiva no aportamos gran cosa a
la marcha de la guerra. Recuerdo las piernas de las extranjeras. Las
portuguesas no solían entonces enseñar las piernas. Las inglesas tenían unas
piernas muy bonitas sobre sus zapatos topolino. Han pasado treinta años de aquello
y para mí de casi todo.
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