Testo yonqui, Paul B. Preciado, p. 196
Si a diferencia de las actrices
porno de las décadas de 1970-1990, de Marilyn Chambers a Jenna Jameson, París
Hilton aparece hoy como figura paradigmática del modo de producción farmacopornográfico
no es (como los lectores que hayan visto sus películas corroborarán) por su
cualidad de bomba sexual. París Hilton difiere radicalmente de las actrices
porno tradicionales: por una parte, no llega al porno empujada por una
necesidad económica o un destino social implacable, sino que, al contrario, decide
y calcula su transformación en star X ayudada por su propio imperio financiero;
por otra, ni corporal ni performativamente Paris Hilton presenta un interés
masturbatorio relevante, lo que permite pensar que, si no fuera por su fortuna
y su potente maquinaria publicitaria, nunca habría podido abrirse paso en el
mercado pornográfico compitiendo con actrices como Tracy Lords o Katsumi. Si la
figura de París Hilton presenta un interés teórico-político (más que únicamente
masturbatorio) indudable es porque señala la aspiración actual de toda forma de
trabajo y producción de valor de transformarse en producción
farmacopornográfica, indicando así un «devenir porno» de la producción de valor
en el capitalismo actual.
Bajo los valores puritanos que
creía haber reconocido Weber, se esconde en realidad la imagen digitalizada de
la vulva extradepilada de París Hilton, los músculos testosteronados de Arnold Schwarzenegger
y el colocón global de Viagra al que están sujetas las bio-pollas desempalmadas
de los cis-cincuentones.
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