La Ilíada liberada, p. 246
Agamenón gritó a pleno pulmón y
pidió a los griegos que se aprestasen para la batalla mientras se ponía la
armadura. Primero se ciñó las bellas grebas alrededor de las piernas, y las
abrochó con hebillas de plata en el tobillo, y en el pecho se puso la coraza
que le había regalado Cíniras cuando la noticia de que los griegos estaban a
punto de partir a Troya llegó a Chipre y se la dio como presente. Tenía diez
capas de esmalte azul oscuro, doce de oro y diez de estaño, y tres dragones
rampantes de color azul a cada lado del cuello, como los arcoíris que Zeus
coloca en el cielo como señal para los mortales. Se echó la espada tachonada de
oro al hombro; la vaina era de plata con una cadena de oro para colgarla. Cogió
también el hermoso escudo labrado con diez círculos de bronce que cubría su
cuerpo cuando estaba en la batalla. En el escudo había veinte tachones de estaño,
con otro azul oscuro en el centro: este último parecía una cabeza de Gorgona
lúgubre y feroz con la Fuga y el Pánico a cada lado. La abrazadera era de
plata, con una serpiente azul retorcida con tres cabezas entrelazadas que salían
de un único cuello. En la cabeza se puso un casco con un pico detrás y otro
delante, y cuatro penachos de crin de caballo que temblaban amenazadores; luego
cogió dos temibles lanzas con la punta de bronce, y su armadura centelleaba como
una llama hasta el firmamento, mientras Hera y Atenea tronaban en honor del rey
de la rica Micenas.
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