EL ÁNGEL CAÍDO
Vi caer como ángeles terminales a
una generación entera de muchachos. Adolescentes con la piel gris a los que les
faltaban dientes, que olían a amoniaco y a orina. Flanqueaban con sus escorzos la
salida del metro de San Bias en la calle Amposta y las praderitas del parque El
Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas como san Sebastián.
Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas, lentos y sincopados
como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los crucificados. Indefensos pero
ya flotando en lugares donde nada podía tocarlos. Los vi brotar y hacerse cada
vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y descomponerse en el fango que
se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo pero dejado de la mano de
Dios.
La primera vez que me enamoré fue
de uno de aquellos ángeles. Se precipitó desde la ventana de casa de sus padres.
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