El síndrome Woody Allen, Edu Galán, p. 240
¡Tranquilos! ¡No os asustéis!
Este sistema tiene métodos preventivos -risas-. Os presento a los trigger
warnings (avisos de trauma): antes de dar clase los profesores deben avisar a
sus alumnos sobre los contenidos ofensivos o impactantes incluidos en la
materia que van a estudiar. En una clase de psicología, si hay que revisar un
vídeo de una víctima de violación para analizar su caso, se debe advertir
previamente de la posibilidad de que esas imágenes puedan producir un trauma a
los asistentes o hacer que revivan uno pasado. Por tanto, a ellos se les
traslada la responsabilidad de quedarse o no, de sentirse cómodos o no. Similar
proceso ocurre con piezas de ficción violentas que toquen temas sensibles
contra minorías o que estén firmadas por hombres o mujeres moralmente
cuestionados -como Woody Allen-. Este sistema “terapéutico” de avisos fue
ideado en un principio para no impresionar con imágenes violentas a víctimas de
síndrome postraumático, pero hoy dia se aplica a toda la población sin trastornos
psicológicos -por si acaso los, nos, jodemos de por vida, entiendo-. Y la
generalización de “made in Cosmopolitan” ya es tal que no solo habría que poner
en cuarentena a los trigger warnings como avisos para evitar desencadenar un
trauma a los alumnos, sino que incluso habría que cuestionar fetiches de
nuestro tiempo como el síndrome postraumático. Un trastorno que, en su
indefinición, ya ha mutado a expresiones tan absurdas como el síndrome
postraumático de esclavitud, conocido por las diversas manifestaciones
psicológicas -ansiedad, estrés, alta de sueño- que sienten algunos afro
americanos en Estados Unidos, causadas por el pasado -regresan las maneras del
psicoanálisis- de sus antecesores como esclavos; o el síndrome posvacacional,
un síndrome postraumático leve que sentimos todos los imbéciles que volvemos a
trabajar después de un periodo vacacional largo.
¿A que los trigger warnings
suenan perfectos para proteger a los jóvenes de futuros trastornos? Pues
resultan en todo lo contrario. Según diversos estudios, ”incrementan la
vulnerabilidad emocional percibida por la gente al trauma, fortalecen la idea
de que los supervivientes de un trauma son vulnerables y crean ansiedad al
material escrito que es señalado como dañino”. Es decir, hacen hiperconsciente al
alumno y, por tanto, hipersensible a situaciones habituales de la vida real, a
sus propios estudios y a ficciones que traten temas señalados como “sensibles”.
La solución vuelve a desembocar, con tal de “proteger” al joven, en una
reducción de la libertad de expresión, de la libertad de cátedra y,
consecuentemente, al estar expuestos por un paternalismo omnipresente a menos
contradicciones y retos –justo uno de los objetivos de la universidad-, a una
reducción dramática de la capacidad crítica de los estudiantes.
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