EL COMERCIANTE Y LA PUERTA DEL ALQUIMISTA
Oh, poderoso califa y líder de
los fieles, me humillo ante el esplendor de tu presencia; un hombre no puede
esperar mayor bendición mientras camine por este mundo. La historia que tengo
que contar es verdaderamente extraña, y si hubiese de tatuarse en su totalidad
en el rabillo de nuestro ojo, el prodigio de su ejecución no excedería al de
los acontecimientos relatados, puesto que es una advertencia para todo aquel
susceptible de ser advertido y una lección para todo aquel susceptible de
aprender de ella.
Me llamo Fuwaad ibnAbbas, y nací
aquí en Bagdad, Ciudad de la Paz. Mi padre era comerciante de grano, pero
durante la mayor parte de mi vida he trabajado como proveedor de tejidos de
calidad, comerciando con seda de Damasco, lino de Egipto y bufandas de
Marruecos brocadas en oro. El negocio era próspero, pero tenía yo un corazón
inquieto, y ni la acumulación de lujos ni la donación de limosnas lo calmaba. Ahora
me presento ante ti sin un solo dírham en el monedero, pero estoy en paz.
Alá es el principio de todas las
cosas, pero, con el permiso de Su Majestad, comienzo mi historia por el día en
que di un paseo por el distrito de los herreros. Necesitaba comprar un regalo
para un hombre con el que tenía que hacer negocios, y me habían dicho que
sabría apreciar una bandeja de plata. Después de trastear durante media hora,
me di cuenta de que una de las tiendas más grandes del mercado había cambiado
de propietario. Era un puesto bien situado que debía de haber sido costoso
adquirir, así que entré a examinar su mercancía.
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