La mujer temblorosa, Siri Hustvedt, p. 214
En Lo que Maisie sabía, Henry
James identifica una nueva sensación que había comenzado a despertar en su
protagonista infantil:
Las hieráticas muñecas empezaron
a mover los brazos y las piernas desde los sombríos estantes, y formas y frases
antiguas adquirieron un sentido que la aterrorizaba. Descubrió una sensación
nueva: la del peligro; y al mismo tiempo un nuevo remedio para enfrentarlo: la
conciencia de una vida interior o, en otras palabras, la posibilidad de guardar
secretos.
Maisie descubre el lugar dentro
de nosotros mismos al que podemos retirarnos, el lugar donde nos escondernos sin
que otros nos vean, el refugio que buscamos cuando tenemos miedo y el oscuro
santuario que hace posible las mentiras y también las fantasías, las
ensoñaciones, los malos pensamientos y los intensos diálogos interiores. Ese
lugar no es el yo primario biológico. Surge en algún momento impreciso de la
infancia. Los otros animales no lo tienen; se necesita entender que existe una
realidad dual, que el contenido emocional o verbal de un ser interior no tiene
por qué mostrarse al exterior. En otras palabras, hay que ser consciente de lo
que se esconde para poder esconderlo. Los niños pequeños suelen narrar sus pensamientos
en voz alta. Cuando tenía tres años mi hija parloteaba sin parar mientras
jugaba: “El cerdito se va a la cama solito. ¡Ay! ¡Se cae de la cama! Es mejor
que lo vuelva a meter en la camita. No llores, cerdito”. Pero más adelante la
narración cesó. Sophie era capaz de jugar en silencio durante horas, absorta,
sin hablar. Su narrador se había vuelto interior. ¿Es entonces cuando se
produce el cambio? ¿Es ese escenario interior, donde se desarrollan los
pensamientos y los juegos, lo que muchos de nosotros identificamos como el yo?
¿Es nuestra versión propia del Cogito, ergo sum de Descartes?
En su Compendio de psicología,
William James, hermano mayor de Henry James, desarrolla una noción muy amplia
del yo, o de los yos, que empieza con el cuerpo de un individuo, un ego
material, un yo, y después se desplaza hacia fuera para incluir a un yo más
amplio, lo mío, que abarca la ropa de una persona, su familia, su casa y propiedades,
sus éxitos y fracasos. Es de destacar que James sostiene que hay partes de
nuestro cuerpo más íntimas que otras, que un montón de sentimientos personales (que
él denomina «el yo de los yos”) se dan “entre lacabeza y la garganta” o del
cuello para arriba y no del cuello para abajo. A la luz de este yo fluctuante,
James establece una distinción entre la persona simpática y la antipática.
Utilizando el estoicismo como ejemplo del carácter antipático, sostiene: “Las
personas con estrechez de miras se atrincheran detrás de su yo, se repliegan de
un terreno que no pueden asegurar por completo”. Por el contrario, las personas
simpáticas “proceden de forma totalmente opuesta, a través de la expansión y la
inclusión. Con frecuencia el perfil de su ser se torna incierto, pero lo suple
con creces gracias a su carácter expansivo”
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