La mujer temblorosa, Siri Hustvedt, p. 62
Los bebés y la mayoría de los animales no se reconocen a sí
mismos cuando se miran en el espejo. Mi perro Jack no muestra ningún interés en
su reflejo y no tiene ni idea de que pueda pertenecerle. En algún estadio de su
desarrollo los seres humanos, algunos primates, los elefantes y una especie de
delfines son capaces de darse cuenta de que la imagen que están mirando no
pertenece a otro sino a sí mismos. Es un privilegio de los seres más evolucionados.
El psicoanalista Jacques Lacan denominó ese giro en la evolución humana «la
fase del espejo”( stade de miroir ), para referirse al momento en que un niño
observa su propia imagen y se ve desde fuera como un todo, como si se estuviera
viendo a través de los ojos de otra persona. Pero la mayoría de las veces no
nos vemos como un todo. Yo sólo veo algunas partes de mi cuerpo, mis manos y
parte de mi brazo cuando estoy escribiendo en el ordenador, por ejemplo, o
ninguna parte cuando paseo por la calle concentrada en lo que veo, oigo o
huelo. En su ensayo “La relación del
niño con los demás”, Maurice Merleau-Ponty escribe: “La conciencia que tengo de
mi propio cuerpo no es la conciencia de una masa aislada sino un esquema
postural (schéma corporel)”. Es una sensación introceptiva, según el
vocabulario del filósofo. A partir de Merleau-Ponty, Shaun Gallagher propone establecer
una distinción entre esquema corporal e imagen corporal. El primero es “Un
sistema de capacidades sensoriales y motoras»,un sistema inconsciente en su
mayor parte. Cuando alargo el brazo para coger un vaso, no tengo que observar
cómo mi brazo va hacia él ni calcular la distancia que hay entre mi mano y el
vaso; lo hago sin pensarlo.
Sin embargo, mi imagen corporal es algo consciente, compuesto
por las creencias e ideas que tengo sobre mi físico. Soy gorda o delgada, fea o
bonita. Soy yo como objeto, una percepción de mi cuerpo desde fuera, y yo
apuntaría algo que Gallagher no menciona, y es que una parte importante de esa
construcción tiene lugar desde una perspectiva lingüística. También hay una
cualidad profundamente emocional en el reconocimiento de uno mismo. Observarse
a sí mismo produce una resonancia afectiva particular, y si no se da esa
sensación de familiaridad, la imagen reflejada pierde todo significado.
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