l. LA LLEGADA
A unos veinte kilómetros del
centro de Vado, una vez enfilada la flamante autopista de Cárdenas, todavía
podían verse los últimos barrios periféricos: casitas adosadas, urbanizaciones
a medio construir, solares roturados y, más allá, los bloques terrosos de
Bocamanga y de Pozolán. Mirado desde el coche, el paisaje carecía por completo
de vida. Sólo de vez en cuando, entre las nubes deshilachadas, se distinguía
una pareja de milanos volando con desgana a media altura. Un par de coches y un
camión de pollos sin pollos cruzaron por uno de los carriles opuestos. Pudo
oírse un graznido, pero no se supo de quién.
Las afueras de Vado, anunció el
taxista mirando hacia delante, ni más ni menos como las de todas las demás
ciudades del mundo. Hoy nadie lo diría, continuó, pero aquéllos habían sido
barrios normales, incluso más limpios y modernos de lo habitual, con gente más
feliz y tranquila que en el resto de los sitios.
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