Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA GALANTERIA


El síndrome Woody Allen, Edu Galán, p. 204

Uno de los primeros pilares del Me Too, mencionado en el tuit de Alyssa Milano de 2017, es el acoso sexual en el lugar de trabajo. Nadie puede dudar de que esta situación existe ni de que se produce en el peor de los lugares: donde agresor y víctima, además, tienen una relación de poder desigual o muy desigual. Ahora viene lo complicado: Cada uno de los siguientes temas podría ocupar un libro por sí mismo. De hecho, los hay dedicados enteramente a cada uno de ellos. Como mis páginas son limitadas y vuestra paciencia, más, solo esbozaré algunas de las cosas que se dan por hechas en algunos feminismos y que no me parecen tan evidentes. ¿en el acoso pueden caber todo tipo de conductas en todo tipo de contextos? ¿No hay gradación entre el acoso Weinstein y un piropo por la calle? ¿Son intercambiables la agresión, el abuso, el acoso, la grosería y la galantería? Advierte la antropóloga Marta Lamas: “Un piropo es distinto de una grosería, y una grosería es distinta de un manoseo. Una agresión sexual no es una violación, y una violación individual no es lo mismo que una violación tumultuaria”. Asimismo, ¿en qué se parecen la cultura norteamericana, la chiua, la mexicana de Lamas o la española y sus diferentes formas de relacionarse? ¿No existen los matices? El profesor De Lora lo aborda:

Cuando no· hay vulnerabilidad ni dependencia, el acoso, si es entendido como la insinuación, flirteo o proposición (más o menos galante) para la relación sexual, no puede si no ser tolerado. Habrá, obviamente, limites dictados por ese sistema normativo que los teóricos del derecho denominan genéricamente “reglas del trato social, reglas que están determinadas culturalmente : lo que en algunas culturas es una forma inaceptable de invasión del  “perímetro corporal”, en otras es una más que agradecida muestra de afectuosa cercanía; el sostenimiento de la mirada que acostumbramos en España y otros países mediterráneos resulta una acongojante intimidación para muchos anglosajones. El saludo con dos besos en la mejilla es afrentoso en China, etcétera.


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